El Líbano atraviesa actualmente un período en el que los límites de la autoridad estatal se están poniendo a prueba severamente. Durante más de una década, el establishment político ha considerado la presencia de refugiados sirios como la principal fuente de inestabilidad. Sin embargo, este enfoque ha oscurecido una realidad más fundamental: la erosión gradual de la propia capacidad institucional del Estado. Al priorizar la vigilancia de una población vulnerable sobre la consolidación de la defensa nacional, el Estado, sin darse cuenta, se ha quedado expuesto a shocks geopolíticos mucho mayores que ahora están remodelando la región.
El pilar fundamental de la legitimidad de un Estado no es la coerción, sino su autoridad exclusiva para defender el Estado de derecho y proteger sus fronteras. En el Líbano, esta capacidad soberana se ha erosionado en los últimos 15 años y ha sido reemplazada por una política de “explotar la crisis” en lugar de gestionarla. A medida que la elite gobernante convierte la cuestión de los refugiados en un objeto de “securitización” para enmascarar sus propios fallos administrativos, el país ha quedado indefenso frente a amenazas reales y convencionales.
Para comprender esta tragedia hay que mirar más allá de los síntomas y analizar la cadena de negligencias que se extiende desde 2011 hasta 2025.
Hitos de fragilidad
La historia reciente del Líbano es un caso clásico de cómo una nación pierde su inmunidad. La ola migratoria provocada por la guerra civil siria en 2011 fue el primer shock. En lugar de establecer un marco legal, el Estado ocultó la cuestión bajo la alfombra con una narrativa de “temporalidad”.
La verdadera fractura, sin embargo, llegó en 2019. La “Revolución del 17 de Octubre” fue una declaración de quiebra del sistema político sectario. Mientras el público exigía responsabilidad por la corrupción, la élite luchaba por preservar el status quo. Esta parálisis interna, combinada con el colapso económico y la catastrófica explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020, llevaron al Líbano al borde del fracaso estatal. La explosión del puerto no fue simplemente una tragedia sino una especie de prueba del colapso institucional; demostró que el Estado ya no era capaz de proteger ni siquiera sus activos más estratégicos, dejando a sus ciudadanos indefensos contra las consecuencias de su propia negligencia.
Esta parálisis alcanzó su punto máximo con el vacío presidencial de noviembre de 2022 a enero de 2025. Fue precisamente durante este vacío institucional que los ataques israelíes, que comenzaron el 8 de octubre de 2023, dejaron al Líbano completamente expuesto.
Diagnóstico equivocado
Para encubrir estas fallas estructurales, el Estado libanés ha enmarcado sistemáticamente la cuestión de los refugiados como la principal “amenaza a la seguridad”. Esta estrategia, la titulización, trata una cuestión administrativa manejable como un peligro existencial para justificar medidas duras.
La élite política ha culpado a los refugiados sirios de todo, desde cortes de energía hasta el colapso económico. Esta retórica, sin embargo, enmascara una realidad peligrosa: el aparato de seguridad del Estado ha dirigido casi toda su energía hacia adentro. Al centrarse en los puestos de control, las redadas en los campamentos y vigilar a las poblaciones vulnerables, las instituciones de seguridad han priorizado la vigilancia interna sobre el refuerzo de las capacidades de defensa nacional.
Además, el Estado vio la crisis de los refugiados principalmente como una forma de atraer apoyo financiero internacional. Sin embargo, esta estrategia no logró generar fondos suficientes, ni siquiera en el corto plazo. Al priorizar la ayuda potencial sobre la regulación legal, se permitió que se debilitara el Estado de derecho. En última instancia, mantener a una vasta población legalmente excluida impide que el Estado logre una verdadera estabilidad social.
Peaje catastrófico
Mientras el Estado estaba ocupado luchando contra enemigos “imaginarios” en tiendas de campaña para refugiados, la verdadera amenaza llegó desde el sur. Los ataques aéreos israelíes que comenzaron en octubre de 2023 hicieron que la crisis pasara de ser un drama humanitario a una devastación total.
Aunque Israel afirmó que tenía como objetivo la capacidad militar de Hezbollah, la infraestructura civil fue puesta en el punto de mira. El costo económico se estima en miles de millones, e incluye la destrucción de redes eléctricas, sistemas de agua e instalaciones de salud. Esta destrucción ha generalizado el sufrimiento; Si bien los refugiados siguen siendo los más vulnerables, el colapso de los servicios esenciales ha arrastrado a la población local a una realidad similar de privaciones.
La decapitación de la estructura de mando de Hezbolá y el debilitamiento de su capacidad operativa expusieron el vacío del Estado. Cuando la estrategia de “resistencia” liderada por un actor no estatal colapsó, se hizo evidente que el ejército libanés carecía del equipo y la voluntad política para llenar el vacío. Los aviones israelíes deambulan libremente por los cielos libaneses, pero las fuerzas de seguridad siguen centradas en inspeccionar los documentos de residencia. Se trata de una trágica desviación de las prioridades.
Nulo legal
El núcleo de la crisis de refugiados no es sólo la falta de recursos, sino también la falta de estatus legal. El Líbano, al negarse a firmar la Convención de Ginebra de 1951, define a los refugiados como “huéspedes temporales”. Esta retórica de la hospitalidad, si bien es culturalmente significativa, crea un marco de ambigüedad legal que deja a millones de personas sin derechos definidos.
Hoy en día, más del 83% de los refugiados sirios carecen de residencia legal. Esto no es un accidente; es una política deliberada. Al empujar a los refugiados al sector informal mediante tarifas exorbitantes y condiciones de patrocinio imposibles, el Estado los convierte en una “población fantasma”. Son vulnerables, fácilmente explotables y pueden ser deportados en cualquier momento.
Fundamentalmente, la caída del régimen de Assad ha eliminado la amenaza de persecución patrocinada por el Estado, eliminando así la principal barrera de seguridad para los retornos seguros. Sin embargo, el Estado libanés no ha logrado girar hacia una política de repatriación o regularización organizada. Al mantener a esta población en un estado continuo de ilegalidad a pesar de la apertura de vías de retorno seguras, la administración revela que su prioridad es mantener el status quo de la “crisis” para obtener influencia política en lugar de implementar una solución sostenible.
Redefiniendo las prioridades de seguridad
En este panorama caótico, la elección del general Joseph Aoun como presidente en enero de 2025 ofrece una estrecha ventana de oportunidades. Si bien una figura militar al mando trae esperanzas para estabilizar las instituciones de seguridad, la podredumbre estructural no puede solucionarse sólo con la firma de un general.
El futuro del Líbano depende de redefinir el concepto de “seguridad”. Si se sigue equiparando la seguridad con la vigilancia de refugiados desarmados, el Estado tendrá dificultades para superar su fragilidad estructural. Sin embargo, si la seguridad se redefine como la protección de las fronteras, el establecimiento de la autoridad estatal en todos los territorios y el respeto del Estado de derecho, es posible encontrar una salida.
La comunidad internacional también debe dar un giro. Financiar al Líbano simplemente como una “zona de amortiguamiento” para mantener a los refugiados fuera de Europa es insostenible. La ayuda debe estar vinculada a estrictas reformas estructurales, no sólo al control fronterizo.
En última instancia, el Líbano debe mirar más allá de la “crisis de refugiados” y abordar la “crisis estatal” subyacente. La destrucción causada por la reciente guerra demuestra que los viejos métodos ya no son sostenibles. La verdadera seguridad proviene de un Estado que defiende el Estado de derecho y se centra en la defensa nacional, en lugar de vigilar a los grupos vulnerables. A menos que estas prioridades cambien, el Líbano seguirá siendo demasiado frágil para proteger a sus propios ciudadanos de una inestabilidad futura.
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