El Huevo de Invierno de Fabergé en la Casa Christie’s en Londres, donde la semana pasada se subastó en más de 30 millones de dólares / AP

Los “huevos de Fabergé” son pequeñas maravillas de orfebrería creadas por la Casa Fabergé en San Petersburgo entre finales del siglo XIX y principios del XX.

La fama de estos objetos procede sobre todo de los denominados “huevos imperiales”, encargados por los zares Alejandro III y Nicolás II como obsequios de Pascua para sus esposas y madres: piezas únicas, recubiertas de esmalte, oro, piedras preciosas y con sorpresas interiores que iban desde miniaturas hasta mecanismos y pequeñas esculturas.

La serie empezó en 1885 cuando Alejandro III regaló a la emperatriz María Fiódorovna un huevo que contenía una réplica en miniatura de una gallina; esa primera pieza marcó el inicio de lo que se convertiría en un símbolo del lujo cortesano ruso y del virtuosismo de Peter Carl Fabergé y su taller.

Las piezas se distinguen por la perfección técnica y la inventiva: esmaltes traslúcidos, guilloché, engaste de diamantes, refinados trabajos en oro y, en algunas ocasiones, mecanismos autómatas que sorprendían por su complejidad. Además del virtuosismo técnico, los huevos solían incorporar alusiones personales -retratos, símbolos familiares o recuerdos históricos- que aumentaban su valor sentimental y, con el tiempo, su valor de colección.

CUÁNTOS HAY Y DÓNDE ESTÁN

Durante la época imperial se encargaron alrededor de 50 huevos destinados a la familia Romanov, y Fabergé produjo otras series para clientes privados.

Tras la Revolución Rusa de 1917 muchos objetos fueron confiscados, vendidos o dispersados; otros se perdieron. Las fuentes difieren levemente en el recuento según se consideren solo los “imperiales” o la producción total, pero la cifra ampliamente aceptada hoy es que existen poco más de cuarenta huevos imperiales localizados (comúnmente citados como 43 supervivientes de los 50 entregados) y en total alrededor de 61 a 69 huevos conocidos si se suman piezas privadas y encargos especiales, dependiendo de la clasificación y de piezas recientemente redescubiertas.

Muchos de los huevos imperiales se exhiben en museos como la Armería del Kremlin en Moscú, mientras que otros forman parte de colecciones públicas y privadas en Europa y Estados Unidos.

PIEZAS DE VALOR INCALCULABLE

Además de su rareza y belleza, el precio de un huevo Fabergé está impulsado por la historia (origen imperial o procedencia de colecciones célebres), el estado de conservación, la autoría atribuida al taller de Fabergé y la presencia de materiales y sorpresas internas originales.

En subastas recientes estas piezas han batido récords: la combinación de escasez (muy pocas piezas en manos privadas), demanda entre coleccionistas y compradores institucionales, y la narrativa histórica que las acompaña, explica por qué algunos ejemplares superan cómodamente decenas de millones de dólares en las pujas.

SUBASTA DEL “HUEVO DE INVIERNO”

La semana pasada una de las piezas más legendarias, conocida como el “Winter Egg” (Huevo de Invierno), alcanzó una cifra histórica en la casa Christie’s en Londres: se vendió por aproximadamente 30,2 millones de dólares (22,9 millones de libras), convirtiéndose en uno de los Fabergé más caros jamás subastados.

El Winter Egg, encargado por el zar Nicolás II en 1913 para la emperatriz viuda María Fiódorovna, está tallado en cristal de roca con delicados grabados que evocan el hielo y decorado con miles de diamantes y motivos de platino; su interior incluye una canasta con flores en cuarzo engarzadas con gemas, todo un prodigio técnico y estético. La pieza había desaparecido durante décadas y reapareció en colecciones privadas antes de volver al mercado, por lo que su historia de reapariciones y su excelente estado aumentaron notablemente el interés en la subasta.

La adjudicación del Winter Egg por más de 30 millones de dólares reafirma varias tendencias del mercado del arte de objetos decorativos: los coleccionistas están dispuestos a pagar cifras exorbitantes por piezas con extraordinaria procedencia; los objetos “históricos” que combinan arte, joyería y relato histórico suscitan pujas competitivas; y la escasez de ejemplares en manos privadas convierte cada aparición en subasta en un evento mediático que eleva los precios de referencia.

Para museos y colecciones públicas, estos precios también complican la compra de nuevas piezas, lo que a su vez mantiene parte del patrimonio Fabergé en manos privadas o en colecciones extranjeras.

EL LEGADO CULTURAL

Más allá de su precio, los huevos de Fabergé son documentos materiales de una época -la opulencia de la corte imperial y su abrupto final- y sirven hoy como puente entre la artesanía joyera y la historia política y cultural de Rusia. Cada nuevo descubrimiento o venta pública reaviva el interés por conocer no solo la belleza del objeto, sino las historias personales que hay detrás de cada regalo imperial.

Los huevos de Fabergé siguen fascinando porque condensan habilidad técnica, lujo extremo y una potente narración histórica. Con más de cuarenta huevos imperiales localizados y solo unas pocas piezas en manos privadas, la aparición de ejemplares emblemáticos en subasta subraya cómo la combinación de rareza, procedencia y belleza puede convertir un objeto decorativo en una de las piezas más codiciadas del mercado global del arte.

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