La exitosa película de Juan José campanella, metegol / web

En Miramar, la aplicación de una tasa municipal por cada juego, aparato o atracción instalada en salones y espacios de entretenimiento volvió a encender una discusión tan insólita como persistente. La ordenanza fiscal e impositiva vigente para 2025 establece montos mensuales fijos para metegoles, calesitas, mesas de billar, autitos chocadores, pistas de bowling, peloteros, caminatas lunares y juegos electrónicos. No contempla actividad real, facturación ni tamaño del emprendimiento. Un metegol paga lo mismo en un salón gigante de la peatonal que en un kiosco de barrio. Quizás Campanella debería tomar nota: si hubiera filmado Metegol en Miramar, el héroe Amadeo arrancaba la película debiendo tres meses de tasas.

La lógica de la norma está detallada en el artículo 55, que fija, por ejemplo, 3.500 pesos por mes para un metegol en temporada alta y 1.750 pesos fuera de ella. Una calesita tributa 9.800 pesos en los meses turísticos. Las pistas de autitos chocadores se ubican entre los elementos más gravados, con 73.780 pesos mensuales. Los juegos de fuerza rondan los 13.930 pesos y los mini-golf, 12.670. Los peloteros pagan 12.670 pesos si miden hasta cuatro metros y casi el doble cuando superan esa extensión. Y si se trata de camas elásticas, el tope puede escalar a 77.280 pesos en verano. El método es uniforme: cada aparato vale lo mismo, lo use quien lo use.

Desde el Municipio de General Alvarado afirmaron que se trata de un “derecho a los Espectáculos Públicos” y que se cobra incluso a grandes operadores como Pibelandia y Sacoa. Pero el efecto no se reparte de forma pareja. Los comercios de menor escala enfrentan una carga desproporcionada, porque la recaudación no acompaña la estacionalidad y el costo fijo se vuelve difícil de absorber. La propia estructura del tributo premia a quienes concentran menos oferta y penaliza a quienes buscan diversificarse para atraer turistas.

El consultor Damián Di Pace advirtió que “aplicar una tasa por cada elemento del salón, sin considerar el nivel real de actividad, es una decisión técnicamente pobre y económicamente regresiva”. El municipio mantiene un sistema que desconoce la dinámica del mercado y no reconoce diferencias entre grandes operadores y pequeños emprendimientos. No existen bonificaciones por conducta fiscal, escalas ni categorías. La norma se apoya en un criterio rígido: si hay aparato, hay tasa.

El caso de Miramar aparece como ejemplo de un esquema impositivo desconectado de los objetivos de equilibrio fiscal. Para Empiria, la proliferación de tasas sin una justificación económica sólida ni una relación clara con la capacidad de pago no contribuye a mejorar la recaudación genuina, sino que multiplica distorsiones, incentivos a la informalidad y resistencia de los contribuyentes.

La sostenibilidad financiera municipal no depende de crear tributos extravagantes, sino de revisar gastos, ordenar prioridades, mejorar cobrabilidad y evitar que el endeudamiento avance sin respaldo estructural. En Miramar, la cobrabilidad del ABL ronda el 40%, mientras existen más de 30 años de ordenanzas sin actualizar. Para Empiria, ese escenario contribuye a un déficit persistente y a un uso ineficiente de los recursos disponibles.

El concejal opositor Joaquín Sánchez Charro también apuntó a ese diagnóstico. Señaló que la ordenanza “no es un invento reciente, sino un símbolo de un municipio viejo, desordenado e improvisado”. Recordó que también existen tasas al balcón y al sótano, que se cobran sin diferenciar tipo de construcción. Y advirtió que, mientras Nación y Provincia proyectan una inflación 2026 inferior al 20%, el Ejecutivo local propuso aumentar tasas un 50% y crear un tributo adicional al combustible.

La discusión vuelve sobre un punto central: si el objetivo es sanear cuentas, ordenar el gasto y evitar mayor endeudamiento, el camino difícilmente pase por gravar metegoles como si fueran estructuras de alta rentabilidad. El resultado, es previsible: menos actividad, menor formalidad y una presión tributaria que desalienta inversión en uno de los sectores clave del turismo local.

Mientras tanto, en Miramar cada metegol sigue condenado a tributar por existir. Amadeo, de haber nacido allí, ya estaría llamando a su representante para ver si corresponde presentar un amparo fiscal. Campanella, por las dudas, ya tiembla.

En Miramar cada metegol está condenado a tributar por el solo hecho de existir

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