–Tu tatuaje en el cuello dice “distinta”. ¿Por qué?

–Porque siempre lo fui, siempre, desde que tengo uso de razón. No puedo marcar los años porque es medio imposible decir cuatro, cinco, 10. Desde que tengo uso de razón, siempre fui por lo distinto. Es como que si la gente va en esta dirección, se puede ir en otra; no en contra en el mal sentido, sino decir “se puede buscar otro camino”.

–¿Y cómo encontraste tu oficio? ¿Cómo llegó?

–En un principio, decía que quizás llegó tarde porque llegó a mis 20 años y yo pensaba: “Mirá si me hubiese dado cuenta antes”. Pero el universo te acomoda todo cuando mejor preparada estás. En la secundaria, yo hice hasta cuarto año. Cuando vi que lo mío no era estudiar, pasé a gastronomía, a pastelería, y tampoco eran lo mío, faltaba algo más. Sí iba por lo manual, lo artístico, pero decía: “Me falta algo más”. Y caí de casualidad en una peluquería a la que fui a atenderme… Me hicieron esperar muchas horas y, gracias a eso, conectamos, charlamos. Yo estaba con el tema de uñas, dibujaba las uñas, y ahí empecé. Fue como: “Me encantaría que vengas a hacer las uñas”. A mí me encantaba. En ese momento yo trabajaba en un entreganada que ver, no era que necesitaba sí o sí salir a buscar un trabajo, tenía mi trabajo normal, pero necesitaba eso que nos pasa a todos: “Quiero hacer algo que me guste”. La gastronomía me encanta, te hacía el lomo más lindo, la pizza más hermosa, pero me faltaba algo que me gustara a mí. Mi pareja me decía: “Bueno, buscá, ¿qué te gusta?”. Caí a la pelu, empecé ahí y a la semana de trabajar ya aplicaba color, ya sacaba reflejo… ¿viste cuando decís: “Esto está en mí”?.

–Lo aprendiste naturalmente.

–Lo aprendí casi sobrenatural, me redieron el lugar para aprender y ahí dije: “Bueno, voy a estudiar esto”, porque ya había estudiado gastronomía y no me gustó; había hecho pastelería… y tampoco. Viste que uno estudia creyendo “este es mi sueño” y, cuando entrás, decís: “No, no es lo mío”. Acá fue al revés. Cuando entré a estudiar peluquería, era muy básico lo que te enseñaban y yo decía: “Siento que sé más que esto” porque en este rubro, que es tan artesanal, podés hacer mil másteres en mechas, pero si no tenés práctica y no te curtís en la peluquería viendo el error y aprendiendo del error, no alcanza. A los dos años de trabajar ahí, decidí estudiar y me sirvió para saber las partes del pelo, las reacciones químicas y todo eso, pero aplicar una tintura correctamente yo ya lo sabía.

Gisella, Samantha, Celeste, Floppy y Daniel, el equipo de trabajo actual. (Gentileza)

–Habrás probado una y mil cosas.

–Todas. Soy supercuriosa y eso me llevó más al lado artístico, a ver esta profesión como un arte y no simplemente “cubrir canas”, como lo era en un momento.

–¿Y cómo se expresa ese arte? ¿Qué podés hacer en una cabeza?

–Lo que sea, lo que se pueda. Yo encontré un punto de conexión con la clienta. Vuelvo a esto de que no es suficiente el saber, sino que me di cuenta de que el 50% del resultado es la conexión que tenemos. Puedo ser la mejor peluquera, pero si no estamos en sintonía, no te va a gustar, no va a tomar el color como tiene que tomar, no te va a durar como tiene que durar. Es un poco raro, yo por ahí me río y digo: “Las clientas deben decir ‘¿Qué fuma esta?’”, porque es raro, uno por ahí se para y le habla tan técnicamente a la clienta que ya está, pero la clienta hoy en el celular tiene la información al 100% de la peluquería: sabe cómo se cubre la cana, sabe cómo se decolora, con qué volúmenes. Entonces hoy el plus está más del lado de la conexión con la clienta.

La primera peluquería propia que abrió Floppy, en Unquillo. (Gentileza)
La primera peluquería propia que abrió Floppy, en Unquillo. (Gentileza)

–La peluquería es casi un consultorio de terapia, ¿no?

–¡Sí! Viste que dicen: “Tenés un problema, andá a la peluquería”. Bueno, somos eso. Y escuchás de todo. Hay historias muy cómicas y otras que decís: “¿Qué tengo que ver yo con esto?”. Yo hoy lo tomo así: si se me presenta esta clienta con esta situación, ¿qué me está queriendo decir la vida?. Algo me está alertando, entonces lo tomo.

–Has dicho muchas veces que creciste y llegaste a un punto que jamás te hubieras imaginado. ¿Es así? ¿Podés seguir creciendo? ¿De dónde venís?

–Sí. Yo creo que nadie tiene un techo exacto a menos que vos te lo pongas. Cuesta muchísimo. Vengo muy de abajo, somos seis: mamá, papá y cuatro hermanos, de vivir en una piecita todos juntos. Y eso, cuando vas creciendo, lo vas entendiendo, lo vas aceptando y llega un punto en que lo empezás a agradecer. Porque de adolescente decís: “¿Por qué esto?, ¿por qué me toca a mí?”. Y, después, decís: “Qué bueno que tuve que pasar todo esto para curtirme y resolver”. A mí me gusta resolver: vos me das lo que me des, yo te lo resuelvo. Lo mismo hago en el pelo: “No me gusta esto”, “tranquila, lo vamos a resolver, con estos antecedentes vamos a hacer arte, pero algo que vaya con vos”. Y creo que eso lo saqué mucho de la falta. También aprendí a armar un equipo, a confiar, a delegar. Si me agarrabas hace cuatro años, yo era la única, “nadie lo va a hacer como yo”, pero el aprendizaje de delegar es clave para seguir creciendo.

Con su hermana Jime. Los padres trabajaban y ella se encargaba de prepararla para la escuela. Se distanciaron unos años y ahora ella es la encargada del salón. (Gentileza)
Con su hermana Jime. Los padres trabajaban y ella se encargaba de prepararla para la escuela. Se distanciaron unos años y ahora ella es la encargada del salón. (Gentileza)

–Me da la sensación de que es un rubro muy competitivo.

–En la pandemia apareció la movida en redes, yo me prendí a un vivo sentada, tomando un vino, y hablábamos con la gente, de la vida… Un día me preguntan del color y tiré la fórmula, y para algunas “señoras peluqueras” eso fue un delito. Me mandaron mensajes privados para decirme que era una falta de respeto que contara las fórmulas porque esta es una profesión que tiene secretos. Y yo decía: “¿Por qué hay que competir?”. Así como hay miles de abogados y de médicos, esto también es una profesión y es artesanía pura, es imposible que dos trabajos salgan iguales, aun con la misma marca y la misma base, porque cambia la densidad, el grosor, el largo. Entonces, ¿para qué competir? Eso me hizo un clic y lo llevé a mis clases: yo no enseño solo técnica, enseño a mirar el negocio, a dejar de ser la peluquera que todos los meses tapa la cana y a empezar a ofrecer correcciones, nuevos diseños, períodos de cuatro o seis meses sin decolorar para mimar el pelo. Y también enseño que no todo es volumen: nosotros no hacemos promos, no bajamos precios, mantenemos de enero a enero el mismo esquema. Eso se puede, pero requiere orden.

–¿Cómo hiciste ese proceso de darte cuenta de que no todo es escala?

–Mi socio, el Dani. Todo el mundo lo conoce. Primero, fue socio y después marido. Él era panadero y el panadero pesa todo, y yo ni balanza usaba para la tintura. Me preguntaba cuánto le ponía de tintura y yo ni idea tenía. Él me decía: “Acá perdés plata, acá perdés tiempo”. Pasamos de tener nueve tinturas a tener una pared entera de tinturas. En pandemia yo pude trabajar tranquila seis meses sin distribución por el existencias que tenía. Ahí dije: “Mirá vos cómo era”. Y, además, él me baja los números porque yo soy malísima con los números, él me arma la carpetita del mes y me muestra qué subió y qué bajó.

Todos los años, el ritual era cambiarle el ploteado. Acá, con otro color en la vidriera, con sus hijas y Daniel. (Gentileza)
Todos los años, el ritual era cambiarle el ploteado. Acá, con otro color en la vidriera, con sus hijas y Daniel. (Gentileza)

–Afuera del país, cuando das academias, ¿qué quieren escuchar de vos?

–Siempre digo que es muy básico lo que comparto, pero tiene el plus de la conexión. La colorimetría te la puede dar cualquiera: estrella de color, funcionamiento del oxidante, eso está en todos lados. Pero yo le entro desde otro punto: cómo hablar con la clienta, cómo convencerla, cómo abrir un abanico de opciones. Salir del país fue un redesafío porque acá sabemos el chiste, la picardía, pero en otras culturas no. Yo decía: “No quiero entrar en el mundo de la educación porque me faltan libros, me falta hablar como técnica”, y mi socio me dijo: “Floppy, la gente quiere saber cómo lo hacés vos”. Y así salí. Hoy puedo decir: “Estoy recién llegada de Madrid, de un escenario internacional con Dani, y lo tradujeron a cinco idiomas”, y yo decía: “Pásenlo del cordobés al español primero”.

–Daniel dice de vos que lograste cortar el círculo de la vida. Eso es muy fuerte.

–Sí. Porque muchas veces uno no se da cuenta de la potencia que tiene. Venimos de una familia donde la cultura no era aspirar a mucho, era “casate, tené hijos, y listo”. Y yo salí de todo eso. Hoy puedo decir: mis papás hicieron lo que pudieron con lo que pudieron; antes los juzgaba, hoy no. Y fue clave encontrar una persona que me dijera: “¿Vos viste todo lo que podés hacer?”. Dani no llegó por suerte, llegó porque así tenía que ser. Me convenció de abrir la peluquería, de que era artista y no peluquera de barrio, de que podía ir más allá de lo que dijera la gente. Hace cinco años me dijo: “Flaca, vos vas a llegar a un escenario internacional”, y yo: “Sí, claro, está muy enamorado de mí”…, y llegué.

Con Daniel, su socio primero y después marido. Con él hicieron los números finos de la peluquería. (Gentileza)
Con Daniel, su socio primero y después marido. Con él hicieron los números finos de la peluquería. (Gentileza)

–Con cientos de personas esperando escucharte.

–Me acuerdo de San Francisco, primera vez que iba a hacer una clase masiva para 100 personas solo para verme a mí. Subo al escenario, me aplauden y me largué a llorar. La miro a mi hermana pensando: “Me va a sostener”, y ella también estaba llorando. Me tomé cinco minutos, lloré todo y salí. Y siempre cuento eso porque digo: “Yo te miré para que me sostuvieras, y estabas llorando igual”, y ahí ves otra faceta, la más sentimental, y decís: “Mirá cómo se dan vuelta las cosas”.

–Venís de una pausa por razones de salud.

–Sí, volviendo. Hace un mes me sacaron un cáncer de ovario junto con todo: ovarios, trompas, útero, todo. Yo me chequeaba cada seis meses y en una eco vieron que los quistes estaban un poquito grandes, repetimos estudios, crecieron, los marcadores se alteraron un poco y el cirujano dijo: “Vamos a sacar”. Lo programamos para el 3 de septiembre. Entré al quirófano tranquila, me dormí y, cuando me desperté, me dijeron: “Te sacamos un cáncer”. Estaba localizado, lo agarraron justo, y gracias a eso no tengo que hacer más que controlarme cada tres meses. Prefiero que haya sido así y no que me lo dijeran un mes antes, porque me hubiese caído anímicamente. Y aun así, viajé a Madrid, me cuidé y llegué al escenario. Llegué y, cuando llegás, decís: “Hay más”.

Tiene pocas fotos de su infancia y de su familia. Cuando terminaba las clases, se iba de vacaciones unos días a la casa de la abuela en Santa Isabel. Amaba las cajitas con sus botones. (Gentileza)
Tiene pocas fotos de su infancia y de su familia. Cuando terminaba las clases, se iba de vacaciones unos días a la casa de la abuela en Santa Isabel. Amaba las cajitas con sus botones. (Gentileza)

Florencia Rivero (35) se define como artista creativa y peluquera bajo. Tiene su salón en Unquillo, donde capacita a profesionales de la región y da másteres en varios países, en alianza con Framesi. Está casada con su socio, Daniel, y tienen dos hijas, Catalina y Sofía. Contacto: @floppyrivero

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