La maquinaria de la guerra de Israel contra Gaza no termina en las ruinas de las ciudades bombardeadas; continúa detrás de alambres de púas y muros de hormigón. Lo que sucede en sus prisiones y campos militares revela la arquitectura más profunda de un sistema genocida, uno que trata la vida palestina no como humana, sino como desechable. Desde los escombros de Gaza hasta el campo de detención de Sde Teiman en el desierto de Negev, la misma lógica de dominación, deshumanización y eliminación define la conducta del Estado.
Desde octubre de 2023, miles de palestinos, hombres, mujeres e incluso menores, han sido trasladados desde Gaza a centros de detención secretos en todo Israel. La más infame es Sde Teiman, una base militar convertida en prisión en el desierto. Los testimonios de detenidos liberados, denunciantes israelíes y grupos de derechos internacionales describen escenas de horror: prisioneros mantenidos con los ojos vendados durante semanas, encadenados hasta que se les pudrieron las muñecas, golpeados y humillados sexualmente, negándoles comida, agua y atención médica. Los médicos han admitido haber amputado miembros destruidos por las esposas. Se ha negado el acceso a la Cruz Roja. Sin abogados, sin cargos, sin luz solar: sólo la fría certeza de la impunidad.
Crímenes demasiado visibles para ocultarlos
En julio de 2024, un detenido palestino fue torturado tan brutalmente dentro de Sde Teiman que ni siquiera los propios médicos militares pudieron ocultarlo. El cuerpo del hombre presentaba costillas rotas, un pulmón perforado y un desgarro rectal interno, lesiones compatibles con agresión sexual. Los perpetradores no eran extremistas deshonestos; eran soldados reservistas israelíes que actuaban dentro de una instalación estatal.
Cuando se filtró el caso, la policía militar allanó Sde Teiman y detuvo a nueve reservistas. Posteriormente, cinco de ellos fueron acusados de “abuso grave”. Debería haber sido un momento de ajuste de cuentas. En cambio, expuso cuán profundamente está normalizada la violencia contra los palestinos. Los políticos de extrema derecha aclamaron a los acusados como “héroes”, los manifestantes se reunieron frente a los tribunales gritando por su liberación y los expertos de la televisión israelí enmarcaron el abuso como “un estallido comprensible de ira”.
Grupos de derechos humanos llamaron al campo una “fábrica de tortura” y los diplomáticos extranjeros advirtieron en voz baja que Israel estaba violando las Convenciones de Ginebra. Pero los dirigentes de Israel trataron las revelaciones no como un crimen, sino como un problema de relaciones públicas. El sistema no actuó para proteger a las víctimas, sino para silenciar a quienes investigaban.
Silenciando la ley
En el centro de ese silenciamiento estuvo el Fiscal General Gali Baharav-Miara, la máxima autoridad legal del país. Había insistido en que los abusos de Sde Teiman fueran procesados bajo la ley militar, que se preservaran las pruebas y que Israel siguiera sujeto a las normas internacionales incluso en tiempos de guerra. Por ello, se convirtió en un objetivo.
En marzo de 2025, el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu –que ya estaba llevando a cabo una campaña para frenar la independencia judicial– tomó medidas para destituirla. El ministro de Justicia, Yariv Levin, la acusó de “debilitar la moral nacional” e “interferir en las operaciones de seguridad”. En agosto, el Gabinete votó a favor de destituirla de su cargo; La Corte Suprema inmediatamente congeló la decisión, advirtiendo que la medida amenazaba el propio estado de derecho.
Luego, en noviembre de 2025, Levin prohibió formalmente a Baharav-Miara supervisar las investigaciones de Sde Teiman y de filtración de vídeos, alegando un “conflicto de intereses”. En realidad, fue una purga, una advertencia para todos los fiscales y funcionarios que aún pudieran creer en la rendición de cuentas. La mujer que buscó justicia para un palestino torturado fue castigada por hacer su trabajo.
espejo del desierto
Sde Teiman no es una excepción. Es el espejo de una política más amplia: un microcosmos de un Estado genocida que devalúa la vida palestina en todos los niveles: en los ataques aéreos que arrasan hospitales, en los asedios que matan de hambre a las familias y en las prisiones que destrozan cuerpos y borran nombres.
Israel insiste en que se está defendiendo. Sin embargo, la tortura sistemática, el ocultamiento de las muertes y la persecución política de quienes investigan no son actos de defensa. Son la gramática administrativa del genocidio, llevado a cabo no en el caos sino en el orden burocrático.
Hoy en día, los cinco soldados aún esperan juicio. El fiscal general sigue al margen. Y los vientos del desierto de Sde Teiman llevan los mismos gritos que resuenan en las ruinas de Gaza.
Si el genocidio tiene una geografía, no es sólo en las zonas de guerra, sino en las prisiones donde el silencio reemplaza a la justicia. Y mientras esas prisiones sigan en pie, los crímenes de Israel no permanecerán enterrados bajo la arena.





