“Un jugador es tan bueno como su segundo saque”, me dijo Pato, luego de verme rápidamente eliminado de un mini torneo. Me lo quedé mirando, en busca de una explicación más completa. “Es simple. Erraste el primero, ¿cuánta confianza te queda? ¿Arriesgás y sacás fuerte? ¿Sacas a materla y ya? Por eso, el segundo saque define la calidad del tenista”.
La máxima, de origen deportivo, es perfectamente aplicable a la política. La potencia y la precisión del segundo saque dependen, básicamente, de cuán trabajado lo tenga el jugador. Cuántas veces estuvo en esa situación. A mayor experiencia, menor pánico. Así de simple.
Esa revelación fue el principio de la segunda etapa de nuestra amistad. Nos habíamos conocido a fines de los noventa. Mi novia de entonces no tenía hermanos y Pato, su primo, ocupaba un poco ese lugar. Terminamos teniendo la complicidad de ciertos cuñados. Nos dejamos de ver por más de una década y nos reencontramos en una cancha de tenis: yo jugando y él trabajando para los organizadores.
A partir de ahí nos seguimos viendo durante un tiempo más. Él se ganaba la vida con clases particulares con su contagiosa sonrisa de Dorian Gray.
Hace un par de días que pienso en Pato. Dueño de un sentido del humor a toda prueba, super generoso aun en su escasez, buen tipo en general. Pero, si lo mirabas a los ojos, veías que algo no terminaba de encajar. La vida de Pato no estaba a la altura de las expectativas con las que lo habían criado. Él no se quejaba de su suerte pero sus ojos no podían ocultarlo.
En los ochenta, Pato era hijo del director de una multinacional. Papá ejecutivo había sido el mecenas de la carrera tenística de su primogénito. A Pato no le faltaba talento, pero en esos años el circuito se hacía más competitivo y los dandys iban cediendo paso a los atletas hiper profesionales y la disciplina no era el fuerte de Pato.
A poco de cumplir veinte, su mundo, que orbitaba alrededor de la residencia familiar de La Lucila, con pileta climatizada y tres autos, se evaporó. Un infarto lo dejó huérfano. Una jugada de los abogados de la siguiente esposa de su padre lo depositó sin escalas en la clase media- media. Ya no tenía el famoso “respaldo”.
Aun así, Pato se las arregló para sobrevivir e incluso vivir bien cuando era posible. Para complementar sus ingresos de profesor de tenis vendió tiempos compartidos y fue relaciones públicas de boliches y restaurantes, amparado en su bronceado todo el año (iba a hacer temporada a Miami o Marbella).
Pero nunca terminó de comprender ni las causas ni el alcance de la catástrofe que lo rodeaba. La época de Pato, aquella para la que se había preparado, se había terminado y nadie le había avisado. Pato no hablaba de política. Y si sacabas el tema, se daba media vuelta y te dejaba hablando solo.
En sus temporadas en Buenos Aires, Pato no vivió en otra localidad que no fuera La Lucila. Primero, en la casa que compartió con sus hermanos. Se fue deteriorando hasta que la vendieron para pagar deudas y se repartieron lo que quedaba. Después, paró en casas de amigos, novias o alquiló pequeños estudios.
Siempre en La Lucila, esa especie de oasis, ese mini Mar de Las Pampas sin océano, intercalado entre el hiperactivo Olivos y el creciente Martínez. En La Lucila hay casas como la de la infancia de Pato, de medio palo verde y de un palo verde también. Pero la mayoría son casitas y departamentos corrientes, donde vive gente corriente, que labura, vive de un sueldo y rema en dulce de leche para pagar las cuentas.
Vicente López fue, junto con San Isidro, uno de los pocos distritos donde la alianza entre La Libertad Avanza y el Pro dio buenos resultados. De las seis localidades que lo componen, La Lucila fue donde la boleta violeta obtuvo el triunfo más categórico: 67 puntos contra 18 de Fuerza Patria.
Desde entonces, pienso en Pato y en sus vecinos. Él, me consta, más de una vez recurrió a su segundo saque y salió del paso, aceptablemente parado. La última vez que hablamos fue durante el macrismo. Por los tarifazos, sus alumnas recortaban gastos y podían vivir perfectamente sin clases de tenis.
No supe de él durante la pandemia ni tampoco ahora, que la gente de los countries hace tortas veganas o los chicos lavan autos para hacerse un mango y la morosidad de las expensas crece.
Me cuesta imaginarlo siquiera votando en blanco. ¿Y sus vecinos? ¿Tendrán segundo saque? ¿Cometerán doble falta? ¿Por aversión al riesgo o por arriesgar excesivamente? ¿Ensayarán una lectura, un análisis de los resultados? ¿Les preocupará la compleja relación del Presidente con la realidad? ¿O compartirán el mismo diagnóstico?