El 10 de septiembre de 1976la Ciudad se despertó con otra herida profunda. Apenas seis meses después del golpe militar, en un camino rural de Magdalena aparecieron los cuerpos acribillados de Sergio Karakachoff Y Domingo regresódos abogados platenses comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Tenían apenas 37 y 41 años.
La noticia, publicada por El Día el lunes siguiente, sacudió a La Plata y al radicalismo. Karakachoff, apodado “el Ruso” por sus compañeros, no era un militante más: era un dirigente con futuro, un “cuadro político” brillante, respetado incluso por quienes pensaban distinto. Y fue también una de las primeras y más visibles víctimas de la dictadura.
Hijo del ingeniero Sergio Karakachoff y de Carmen Giménez, profesora de música, Sergio creció en un hogar que valoraba la educación y la cultura. Cursó la primaria en la Escuela Anexa y el secundario en el Colegio Nacional Rafael Hernández, donde fundó el Centro de Estudiantes.
Se graduó de abogado en 1965 en la Universidad Nacional de La Plata y rápidamente se destacó en el derecho laboral. Su vocación lo llevó también a la política: primero desde la Juventud Radical, luego como cofundador del Movimiento de Acción Popular junto a Guillermo Estévez Boero. Ese espacio fue semilla de la Junta Coordinadora Nacional y del posterior Movimiento de Renovación y Cambio que lideraría Raúl Alfonsín.
En 1972 participó en la redacción de la plataforma electoral de la UCR junto a figuras que marcarían la democracia recuperada: Germán López, Roque Carranza y Bernardo Grinspun.
La decisión de no callar
El golpe del 24 de marzo de 1976 lo encontró en La Plata, defendiendo causas laborales y presentando habeas corpus por los desaparecidoscuando hacerlo era casi una sentencia de muerte. Días antes de su secuestro, había escrito un breve y contundente texto titulado Acerca de la violenciaen el que advertía contra el terror que ya se imponía en el país.
El 9 de septiembre, hombres armados irrumpieron en la casa de su socio y amigo, Domingo regresó. Karakachoff, advertido del peligro, decidió igualmente acercarse. Allí lo secuestraron también a él. Veinticuatro horas después, sus cuerpos fueron abandonados, destrozados por las balas, a la vera de la ruta 36.
El velorio se convirtió en un acto político. Una multitud despidió a Karakachoff, pese al Estado de sitio y la represión. Estuvieron Ricardo Balbín y Raúl Alfonsín, dos líderes radicales que entendieron que aquella muerte no era solo un crimen: era un mensaje.
La violencia no terminó ahí. Durante la despedida, varios vehículos pasaron frente a la funeraria disparando al aire. Ni siquiera en la muerte lo dejaron en paz.
Un legado que persiste
A casi medio siglo, su nombre sigue vivo en instituciones y homenajes: el edificio “Tres Facultades” de la UNLP, la biblioteca del Colegio Nacional, la sala de relatores del Concejo Deliberante platense, y la militancia juvenil radical de distintas provincias. En 2023, la Universidad creó un archivo para reconstruir su legado político y humano.
Sergio Karakachoff no justificó jamás la violencia. Defendió la ley, la Constitución y el valor de la democracia en un tiempo en que esas palabras parecían prohibidas. Su vida, como la de tantos, fue apagada a balazos. Pero su ejemplo se convirtió en un faro para generaciones que crecieron en libertad gracias a quienes se atrevieron a no callar.