Natalia Oreiro atraviesa un gran año. Consolidada en comedia y drama, espera por el lanzamiento de La jefa (Disney+) y La noche sin míde María Laura Berch y Laura Chiabrando, mientras ya disfruta del estreno de La mujer de la filade Benjamín Ávila.

Esta última es una de sus grandes apuestas de 2025, ya que volvió a reunirse con el director de Infancia clandestina para interpretar a Andrea Casamento, activista y fundadora de la Asociación Civil de Familiares de Detenidos (ACiFaD) en la Argentina. El film refleja su lucha tras la detención injusta de su hijo y su transformación en figura clave en la defensa de derechos de familiares de personas privadas de libertad.

Sobre trabajo, familia, viajes y elecciones, habla en exclusiva con EPU.

–¿Cómo fue entrar en el universo de Andrea Casamento, que inspiró tu rol en “La mujer de la fila”?

–Con Benjamín ya teníamos Infancia clandestina y veníamos hablando de hacer otras cosas. Él produjo Gilda. Un día me dijo: “Mirá esta charla TED”. La vi y fue impresionante. La película está basada en la vida de Andrea, y pensás: “Esto no puede ser real”. Lo que más me maravilló, además de su energía, es cómo la fuerza de una mujer, una madre, transforma una tragedia en algo positivo.

–En luz.

–En luz, tal cual. La película arranca y te “patea la cabeza”, pero después hay luz porque ella lo transformó. Podría haberse quedado con el estigma o en el “de eso no se habla” que su sociedad prefiere. Dijo: “Con esto puedo hacer algo”, y le dio sentido a su vida. Antes, según sus palabras, se preocupaba por qué ponerse para tomar el té con amigas. En la película se ve ese prejuicio de ambos lados: ella cree en la inocencia del hijo, llega a la fila, la mandan a la cola, la miran; él es “el chetito”.

Esas barreras de “vos sos de acá, yo del otro lado”. Y la estigmatización alcanza también a las familias: muchas mujeres no pueden decir en su trabajo que tienen un hijo preso. La película habla de eso y de cómo la comunidad te salva.

–Y no lo subraya.

–No. Sucede más en ella y en lo que le pasa.

–Ella dice “soy una mujer de bien”. ¿Qué es ser una mujer de bien?

–Es ponerse en un lugar de privilegio: “Yo no puedo estar acá. Esto no puede pasar. Mi hijo no puede ser culpable”. Y aparece la burocracia del Estado. Muchas cosas cambiaron gracias a ACiFaD, la asociación que ella creó; hoy es representante de la ONU. Pero otras siguen pasando: las requisas, por ejemplo. En el rodaje hubo todo un protocolo. Es la primera película filmada dentro de la cárcel de Ezeiza.

–¿Qué energía había ahí?

–Son espacios de mucha convivencia entre presos y policías. Yo trato, en la vida y en la película, de encontrar lo luminoso. La película termina adentro de forma superluminosa. Digo esto sabiendo que después vuelvo a mi casa, con mi familia y trabajo; desde mi lugar es más fácil ver así. También podría no involucrarme, pero siento la necesidad de poner luz ahí. La película tiene un propósito social: al final habrá un QR para que el público pueda informarse y participar. Varias asociaciones, Unicef y la ONU, están involucradas para monitorear el impacto. ¿Cómo el cine puede ser transformador?

–Vos transformaste tu vida. En el último tiempo te llegan papeles y sabés hacia dónde ir.

–No sé si sé; hay intuición y búsqueda. Todo el tiempo me pregunto: ‘¿Quién soy?, ¿vale la pena lo que hago?’. Más allá del sustento y el reconocimiento, quiero estar conforme. En cada personaje pongo algo mío. Aunque me esfuerce por que no se parezcan, aunque engorde diez kilos para esta película y para Santa Evita adelgace quince, me tiña o cambie la forma de hablar, entendí que lo más genuino es poner mi verdad al servicio del personaje. En la escena del juicio me descompuse: sentía que el que estaba ahí era mi hijo. Fue en carne viva. Eso te lo da la confianza en el guion y en el director. Las actrices que hacen a “las mujeres de la fila” son reales; las conocimos mucho antes, acompañándolas.

–Hubo una escena de reunión en la primera semana que impactó al equipo.

–Sí, pero yo ya había participado de esos encuentros y escuchado historias tremendas. Después terminamos tomando mate y comiendo bizcochos. Así es la vida en la cárcel: llorás por tus penas, pero te acompañan, se alcanzan a la casa, van al cumpleaños del nieto. Sobreviven así, en comunidad.

–¿Cuándo supiste que necesitabas estar conectada con las historias y con la gente?

–Andrea dice que lo que le pasó le cambió la vida; fue un renacer. Yo no tuve una tragedia así. Soy la misma, cambiando de ideas todos los días. Estoy en búsqueda, me cuestiono, a veces me quejo de lo que no debería. Pero, sacando todo el “peluche”, en esencia sigo siendo la piba del Cerro de ocho años que quería ser actriz y contar historias. Mis valores son los mismos, la empatía ante alguien en situación de calle es la misma que tenía a los diez, cuando era boy scout. La familia ayuda, pero la búsqueda es personal. Si me preguntan qué es lo más importante, respondo “yo”, en el sentido de intentar ser la persona que quiero ser para poder dar a los demás.

–Y a los 23, con “Tu veneno”, te pasó algo clave.

–Sí. Hacía giras enormes. Canté en el Estadio Centenario, en Uruguay; viví en Málaga de chica y a los 20 volví a cantar para 70 mil personas en la playa. Todo era mega. Me pregunté: “¿Quién quiero ser?, ¿qué quiero hacer? Quiero contar historias. Soy actriz”. En ese momento sentía que no era compatible y necesité cerrarme un poco a ciertos personajes que me habían dado mucha trascendencia para luego volver a elegirlos. Fui a castings para roles secundarios y dramáticos; los directores se sorprendían: “¿Qué hace Natalia?”. Pero me ponían si pasaba el casting. Así hice Las vidas posibles, Francia, Infancia clandestina, Wakolda.

Hoy es natural que haga drama; hace veinte años era raro. Esa búsqueda me hizo feliz con lo que cuento. No creo que una interpretación cambie la realidad, que siempre la supera, pero sí puedo colaborar en poner luz. Esta película colabora y yo soy un instrumento para que suceda.

–Leí que el poeta y escritor Fernando Pessoa te conmueve. Fuiste a Portugal a seguir sus huellas.

–Me gustan mucho la escritura y la poesía. Soy fan de Horacio Quiroga. De chica uno romantiza autores y después, al conocer sus historias, a veces no empatiza. En Pessoa me impactan su melancolía y que su obra se descubriera tras su muerte. Lisboa y una librería muy antigua en Oporto me atraían; amo las librerías. También soy fan de los trenes antiguos. Hago viajes personales con trenes, como el que acabo de hacer a Londres. Son momentos para ser espectadora, correrme de madre, compañera o actriz y observar. Desde que es muy chico llevo a mi hijo a librerías, vamos a todas las que te puedas imaginar. Es re fana de los libros. Leer es básico para todo, abre la imaginación y te permite discernir.

–Hace poco te filmaron en San Telmo y se armó revuelo en redes.

–Yo vivo así: voy al súper, ando en bici, camino por San Telmo, amo las antigüedades. Me saco fotos con todo el mundo. El límite es mi hijo: me saco una o dos, pero cuando lo exponen a él, me corro del personaje público y me pongo en mamá. No me gusta que lo filmen ni exponerlo. Ese día pasó eso y se magnificó. Salí a explicar y después pensé: no tenía que explicar nada.

–¿Cómo sigue tu año laboral?

–Los cayamos ante Juan Taratuto Nada entre los doscon Gael García Bernal. Grabé La casaca de Diosde Fernán Mirás. Ahora viajo a México a filmar con Gael una película que dirige, escribió y también actúa. A fines de septiembre empiezo otra con Adrián Suar, dirigida y protagonizada por él.

—Noote el drama?

–Comedia, comedia. Y se tiene que estrenar La jefaque es una serie de Disney que hice con Daniela Goggi, además del estreno comercial de La noche sin mí.

Fotos: @_brunoimanol y Agencia Raquel Flotta

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