El escenario político en Medio Oriente sigue tenso, incluso ambiguo, dos años después del estallido de la guerra de matanza y exterminio en Gaza. La guerra que Hamás inició bajo el título de “resistencia” fue transformada por Israel en una confrontación abierta en varios frentes con el pretexto de “autodefensa”.
La guerra de dos años redujo Gaza a escombros, dejó decenas de miles de muertos, heridos y desaparecidos y provocó el desplazamiento de cientos de miles de civiles. Como resultado, ningún bando logró una victoria decisiva.
Políticamente, hasta ahora Israel no ha logrado alcanzar todos sus objetivos declarados, a pesar de las grandes pérdidas de Hamás y los palestinos. No sólo eso, sino que el gobierno del Primer Ministro de ocupación Benjamín Netanyahu se enfrenta a una presión interna y externa sin precedentes, ya sea de las familias de los prisioneros, de la oposición que acusa a Netanyahu de prolongar la guerra para obtener beneficios políticos, o del exterior para implementar el plan de paz estadounidense.
A nivel internacional, la imagen de Israel en Occidente se erosionó con las crecientes críticas contra los crímenes de genocidio y hambruna, en un momento en que la cuestión palestina cobró nuevo impulso y se colocó en la agenda de la opinión pública mundial, debido a los esfuerzos liderados por Arabia Saudita que revivieron la solución de dos Estados.
Así, después de dos años, la guerra de Gaza se convirtió en un conflicto más profundo en los equilibrios de Medio Oriente, a medida que aumentó el papel de los actores no internacionales y la cuestión palestina recuperó su centralidad después de años de abandono. Es una guerra que cambió radicalmente las ecuaciones de la región.
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