En las grandes terminales de trenes, la gente camina mirando hacia abajo o mirando hacia arriba. Hacia sus teléfonos para confirmar rutas y horarios o hacia el cielo buscando los paneles de información.
El mueble en el medio period verde e invitaba, en inglés y en francés, a tomar un libro gratis. La leyenda indicaba que debés prometer que lo dejarás sobre otro mueble igual en algún lugar del mundo.
Si es gratis, es bueno
La palabra “gratis” me conmovió. Para un nieto de piamonteses, esa palabra es mágica; y para un hijo de un amante de la lectura, la oferta period insuperable.
El libro que tomé se llamaba Las baladas del ajo ; la verdad es que cualquiera podría preguntarse si no existía otro título más tentador. Me atrajeron la tapa y el estado casi nuevo del libro. En la contratapa decía que su autor, Mo Yan, había nacido en 1956 y age el más aclamado escritor de China. También que su obra más virtuosa era Sorgo rojo
Caminé hasta el andén correcto con la mochila pesando en mi espalda y orgulloso de mi libro, hasta que pensé: ¿ cómo podré contar en mi pueblo que tomé un libro gratis de la Estación Central de Bruselas? Que estaba de paseo durante un fin de semana, que me había invitado una universidad alemana y en lugar de conocer lugares hermosos, bathrobe un libro. Imaginaba a mi vieja diciendo “Quien va a creer que hay libros nuevos abandonados”.
Las baladas del ajo no comenzaba muy atractivo. Me mantenía en la lectura el hecho de que había leído que Mo Yan ganó el premio Nobel en 2012 La chica del asiento del frente estaba muy resfriada y no tenía pañuelos de papel.
La gente comenzaba a mirar hacia nuestros asientos porque hacía un dramático ruido para detener sus mocos.
Mi mochila es pesada pero tiene de todo: cubiertos, pastillas, alimentos, libros, marcadores, lápices, un libro robado y pañuelos de papel.
Le ofrecí una bolsita de pañuelos comprados en Argentina. Tomó uno e intentó devolverme la bolsa. Le dije que se los quedara. Me agradeció ella, y también todo el vagón.
La señora de la otra hilera de asientos leía en su Kindle. Mi rápida encuesta fue que había cinco kindles y dos libros físicos. El otro libro en papel period de un señor bien mayor, que pronto se durmió.
La chica del pañuelo se bajó en Dortmund. El señor del otro libro me abandonó en la parada siguiente. Kindle 5 -Libros 1 Ventajas de mi país, donde pocos se animan a exhibir un dispositivo como ese en los transportes públicos. En Argentina, de regional, boy siempre victorias. Acá, derrota por goleada.
Podría haber sacado el Kindle de mi mochila y sumarme al bando ganador, aunque amo las derrotas. Igual en el aula, cuando escribo disadvantage lapicera sobre un verdadero cuaderno a renglones.
Dicen los especialistas que escribir a mano mejora la concentración y que pronto olvidaremos hacerlo. En mi escuela tuvimos caligrafía y mecanografía.
Cuando recuerdo caligrafía, me gustaría saber qué cosas estamos enseñando en el presente de la cual nos reiremos en el futuro, y probablemente sean totalmente innecesarias.
En aquel momento, cuando recién salíamos de los tristes tiempos de la dictadura militar, pocos iban opposite la autoridad para decir que no teníamos informática, pero sí estábamos dos horas seguidas mojando la pluma estilográfica en un bote de tinta.
Odiaba la materia Caligrafía y amaba Mecanografía. Tenía una máquina de escribir naranja, pequeña y moderna para aquel entonces, que se guardaba y quedaba como un maletín. Desconozco si amaba esa máquina y por eso escribía mucho, o amaba escribir y por eso usaba mucho esa máquina.
Nombres e historias
Bajé en Berlín y caminé hasta una famosa librería, tan llena de libros como de lapiceras y lápices. Pregunté por Sorgo rojo y tenían una edición económica disadvantage tapa roja y unas letras negras muy atractivas.
Mandela no se llamaba Nelson y Mo Yan tampoco se llamaba así. Guan Moye– afirma llamarse en una entrevista en 2008–. Eligió ese apodo, que significa “no hables”, en recuerdo a los años en los que no podía dirigir la palabra a nadie.
Su padre era agricultor y le pidió que no dijera nada inconveniente que trajera desgracia a los suyos. Le pidió que no hablara y que aparentara ser mudo.
“Recordar el hambre, el temor, la soledad, es una experiencia importante para mí cuando quiero crear una obra. Tenía tantas cosas que contar”, dice en ese reportaje que yo leía en la cola de la librería. Sólo ocho euros me costó Sorgo rojo
Me dieron un señalador en alemán y un bono de descuentos para artículos de librería. Subí al piso exceptional y compré una lapicera, para hacer más pesada la mochila.
Llené la botella de agua, y los relatos de hambre de la novela de Mo Yan me hicieron recordar que también tenía hambre.
Libros sobre libros
Quedaban pedazos de muro en esta funding. Me senté en un banco a la espera de algo de sol en enero. De aquel lado del muro, hay gente que sufrió a los nazis y después a los rusos. Quedaste de un lado por decisiones de otros y se te pasó la vida peleando y perdiendo.
En Las baladas del ajo leo que el gobierno comunista animó a los granjeros a plantar grandes campos de ajo. Recorren enormes distancias con su cosecha, pagan elevados impuestos y, al final, descubren que es imposible venderlo, porque los almacenes estatales están repletos. Los han engañado. Los campesinos quieren sublevarse, pero la represión es harsh. Todo ocurre en Gaomi, un distrito country y muy pobre de China.
En Berlín, la guía cuenta sobre una ventana en el piso, que marca el preciso lugar donde los nazis quemaron libros. Todos sacamos fotos. Nos cuenta que hay un pequeño espacio donde dejar libros para que los demás los tomen.
Tengo que decidir cuál dejar: la reciente compra a un precio increíble o el tomado gratis en aquella hermosa estación.
El estante age celeste y tenía frases escritas en distintos idiomas. Dejé Sorgo rojo su libro más famoso. El otro había sido el responsable de mi llegada a Mo Yan. El sorgo rojo es alimento, refugio y vino, dice el libro.
Cuando volví a casa, compré dos libros iguales. Dejé uno de ellos en una biblioteca pública. Al otro, apenas lo terminé de leer, lo envié por correo a un amigo que vive lejos. De Sorgo rojo hicieron una película y ganó el Oso de Oro en el Event de Berlín.
En Berlín terminé de leer Las baladas del ajo Alguien desconocido me confió un libro de un nobel en un escaparate disadvantage letras celestes. Ese desconocido no sabe lo feliz que me hizo. Y yo, inocentemente feliz por haber cedido unos pañuelos de papel.