El Maratón de Valencia volvió a sacudir el atletismo mundial. Joyciline Jepkosgei voló sobre el asfalto del Turia hasta detener el crono en 2h14:00, cuarta mejor marca de la historia y mejor registro mundial del año, nuevo récord del circuito y enésima demostración del dominio de Kenia en el deporte del maratón femenino.
Unos metros por detrás, pero también haciendo historia, entró la finlandesa Alisa Vainio con 2h20:48, récord nacional y plusmarca nórdicaborrando de las listas una marca que llevaba casi 40 años a nombre de la noruega Ingrid Kristiansen.
Lejos de molestarse, la histórica fondista —campeona del mundo de 10.000 metros, campeona de cross y seis veces ganadora en majors— recibió la noticia con una mezcla de alivio y orgullo. “Fue una gran carrera por su parte y estoy realmente contenta de ceder mi récord. Alisa ya me impresionó en el Mundial de Tokio“, declaró a la televisión pública YLE, subrayando que el Norte de Europa vuelve a tener una maratoniana capaz de mirar de frente al poder africano.
El matiz llegó cuando la conversación giró hacia las marcas más extremas del maratón femenino, esas que se acercan peligrosamente a los tiempos masculinos de hace no tanto. Kristiansen, cuyo 2h21:06 en Londres 1985 fue un récord mundial que cambió la historia del fondo, no se mordió la lengua: “Tengo confianza hasta que los tiempos empiezan, por ejemplo, en 2:17. Cuando vemos resultados de 2:13 o 2:14, siempre estoy muy convencida de que implican dopaje sanguíneo“.
JEPKOSGEI HIZO HISTORIA EN VALENCIA
Sus palabras resonaron con fuerza en un fin de semana en el que una keniana, Jepkosgeifirmaba precisamente un 2h14:00 en Valencia. Kristiansen no citó nombres propios, pero el mensaje apuntaba directo al corazón del maratón moderno, dominado por Kenia y Etiopía y salpicado en los últimos años por numerosos casos de dopaje que han llevado a World Athletics a situar a Kenia en la máxima categoría de riesgo y a intensificar los controles en el país.
Joyciline Jepkosgei, eufórica a su entrada a meta en València. / Fernando Bustamante
En este contexto, la línea entre admiración y sospecha se ha vuelto muy fina. Por un lado, el avance del calzado, las liebres especializadas, los circuitos rapidísimos como Valencia y una preparación científica explican parte del salto de calidad. Por otro, el goteo de sanciones por dopaje en el fondo africano alimenta discursos como el de Kristiansen, que ponen el foco en el dopaje sanguíneo y las trampas de laboratorio más que en la magia de las altitudes de Kenia.
Conviene recordar, en cualquier caso, que Joyciline Jepkosgei no ha dado positivo en ningún control y que su 2h14:00 es, a día de hoy, un resultado plenamente válidorespaldado por el sistema antidopaje internacional. Lo mismo ocurre con el resto de grandes estrellas del maratón femenino, que han llevado la plusmarca mundial por debajo de las 2h10 en apenas dos décadas, un progreso tan fascinante como difícil de digerir para quienes compitieron en los años 80.
La voz de Ingrid Kristiansensin embargo, no es una más en el ruido de las redes. Hablamos de una atleta que, en su día, también dinamitó los límites de lo posible, que sabe lo que es entrenar al filo del agotamiento y que se ganó el respeto del fondo mundial a golpe de victorias en Londres, Nueva York, Chicago y Boston. Cuando una leyenda así duda de lo que ve, el debate sobre el futuro del maratón y el papel de Kenia en el deporte de élite se reabre con más fuerza que nunca.






