A pesar de su larga carrera, Robert Redford podía presumir de no tener un título inapelablemente mediocre en ella. Hay obras mejores y peores, como es lógico, pero incluso las fallidos o descarriladas por las razones que fueran tenían puntos de interés. Pienso, por ejemplo, en ‘Una proposición indecente’, que a falta de calidad, ponía sobre la mesa interesantes propuestas de debate. Nunca se dejó llevar por los éxitos fáciles ni perdió el tiempo ganando dinero en superproducciones de catástrofes. Su compromiso ecologistacuando pocos hablaban de cuidar el medio ambiente y defender al planeta de la jauría humana, iba unido de forma coherente y combativa a una selección de proyectos cinematográficos que muy pocos de sus colegas, incluso los más progresistas, no se hubieran atrevido a aceptar. Y en lugar de dedicar sus ganancias a oropeles y ostentaciones, se sacó de la manga el festival Sundance, la auténtica Meca del Cine independiente. En el ‘paraíso’ de Hollywood se sentía un extraño: prefería la Naturaleza sin contaminar, la belleza real a la adulterada, la verdad antes que los embustes.
Redford fue el ejemplo más elocuente de creador americano liberal en el sentido más puro del término, sin toxicidades partidistas. El defensor de las raíces emprendedoras de su país pero eliminando las malas hierbas del fanatismo y la intolerancia. Sin ser un actor extraordinario, su carisma y autenticidad invadían la pantalla haciendo que sus personajes no fueran simples caras bonitas (con Paul Newman competía en belleza y cuesta decidir cuál era el vencedor, véase ‘Dos hombres y un destino’) sino ejemplos de nobleza y honestidad. No le recuerdo papeles de villano, pero sí de hombre contradictorio y complejotan humano.
En 1962 participó fugazmente en la olvidada y olvidable ‘Soldado o cazador’, que le permitió entablar amistad con el futuro director Sidney Pollack, clave en su carrera. Tres años después le llegó la gran oportunidad con ‘La rebelde’, un papel que, en cierto modo, era un boceto de ‘El gran Gatsby’. Redford lucía como galán dorado en una turbulenta historia de Hollywood. Hizo buenas migas con Natalie Wood. Volvieron a coincidir en el estimable melodrama ‘Propiedad condenada’, competente adaptación de Tennessee Williams con la que se reencontró con Pollack ya tras las cámaras. En ‘La jauría humana’ tuvo un papel secundario pero muy llamativo como fugitivo de final trágico. Tras un paso por la comedia (no era lo que mejor se le daba) con ‘Descalzos por el parque’, donde congenió muy bien con Jane Fonda, rechazó el papel protagonista de ‘El valle del fugitivo’ para encarnar al sheriff poco simpático que lo perseguía. El director, Abraham Polonsky, fue uno de los represaliados en la Caza de brujas ultraderechista de Hollywood. Tras la interesante ‘El descenso de la muerte’, el empeño de Paul Newman hizo que le reclutaran para el western más popular de todos los tiempos (y uno de los mejores si le quitamos la musiquita de Burt Bacharach): ‘Dos hombres y un destino’, con un guión impecable de William Goldman, mostraba una química formidable entre la pareja masculina y una maravillosa Katharine Ross.
‘El candidato’ se convirtió en una de las mejores películas sobre el mundo de la política salidas de Hollywood. Redford estaba perfecto como abogado idealista que entra en un avispero de ambiciones y juego sucio. Fue un buen año 1972: Pollack le ofreció en bandeja de plata su papel más emblemático, el que más y mejor definía sus inquietudes y preocupaciones. ‘Las aventuras de Jeremiah Johnson’ era una extraordinaria historia de supervivencia en las Montañas Rocosas. De belleza helada, casi muda y absorbente en su retrato de relaciones extremas y aprendizaje hostil (también de comprensión hacia el enemigo), mantiene intacta su capacidad para fascinar. Tras el inteligente policiaco ‘Un diamante el rojo vivo’ (Redford permanecía huraño toda la película hasta la escena ‘triunfal’ del desenlace), volvió a coincidir con Newman y el director George Roy Hill en la milimétrica ‘El golpe’, otro exitazo que, por desgracia, no tuvo continuidad en la carrera de los actores.
A pesar de sus enormes posibilidades, ni ‘Tal como éramos’ ni ‘El gran Gatsby’ cumplieron las expectativas. En la primera, la falta de química con Barbra Streisand era evidente, y el trasfondo de crítica política del guión quedaba diluido por un romance poco original y convincente. Y la adaptación que hizo Jack Clayton de la novela inmortal de Francis Scott Fitzgerald, aunque Redford era el candidato perfecto, se quedó en una lujosa pero insípida película a la que no favorecía la inexpresiva Mia Farrow. Tras la formidable cinta de espías ‘Los tres días del Condor’ (con su inquietante final abierto) y la interesante ‘El carnaval de las águilas’ (escrita por el gran William Goldman, ojito), Redford pasó a ser icono del periodismo de investigación en ‘Todos los hombres del presidente’ (qué buen contraste con el espídico Dustin Hofrman) antes de aceptar películas eficaces pero poco memorables como ‘El mejor’, ‘Brubaker’ o ‘El jinete eléctrico’. Se atrevió a ponerse tras las cámaras con ‘Gente corriente’, un melodrama familiar muy correcto y con momentos muy intensos, pero de escasa personalidad. Con ‘Memorias de Africa’ convirtió en inolvidable un personaje secundario, un derroche de romanticismo, aventura y misterio que alcanzaba en la ya mítica escena en la que lavaba el pelo a Meryl Streep su clímax sensual.
Ni la comedia romántica ‘Peligrosamente juntos’ ni sus nuevas propuestas como director (‘Un lugar llamado Milagro’ o ‘El río de la vida’ (con el que decían eran su sucesor natural, Brad Pitt) fueron nada del otro mundo, al igual que el divertido policiaco Sneakers (‘Los fisgones’) o esa nueva versión de ‘Casablanca’ que fue ‘Habana’, no siempre acertada aunque con momentos brillantes y perfecta como resumen de cierta imagen redforniana: el perdedor romántico, el idealista escéptico, el enamorado que se sacrifica por su amada. Un Bogart en toda regla, vamos
Los años 90 no fueron especialmente fructíferos. Tampoco desastrosos. Se buscó la química desesperadamente con Michell Pfeiffer en ‘Íntimo y personal’, donde volvía a demostrar su querencia por personajes que mueren al final, pero no cuajó. ‘Una proposición indecente’ mostraba uno de sus escasos personajes de villanoen este caso un magnate que intenta corromper a la casa Demi Moore: sexo a cambio de una fortuna. Adrian Lyne no era el director más adecuado para abordar el peliagudo asunto con sutileza. Volvió a dirigir con la muy interesante ‘Quiz Show. El dilema’, sobre la corrupción de los medios, y con ‘El hombre que susurraba a los caballos’, demasiado larga pero intensa y con un final nada habitual.
Redford fue espaciando cada vez más sus trabajos. ‘La última fortaleza’, ‘Juego de espías’ con Brad Pitt esta vez de compañero, y ‘La sombra de un secuestro’ con Helen Mirren, sacaban el máximo provecho al carisma ya ajado del actor. ‘Cuando todo está perdido’ fue su última gran películauna historia de supervivencia extrema en alta mar en la que era el único actor. Un rodaje durísimo que no se parecería en nada a ‘The old man and the gun’, ‘Nosotros en la noche’ (con Jane Fonda, nostalgia en vena), ‘La verdad’ o ‘Un paseo por el bosque’ confortables despedidas de las pantallas en 2018 a las que habría que sumar alguna aparición secundaria en los destrozos del universo Marvel.
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