Siempre había querido conocer la Ribeira Sacra. Desde que leí ‘Todo esto te daré’, la novela de Dolores Redondo que ganó el Premio Planeta en 2016, imaginé este territorio como un personaje más: misterioso, profundo y cargado de espiritualidad. Cuando supe que podía recorrerlo desde el agua, en un crucero organizado por Viajes Hemisferios, entendí que era la mejor forma de dejarme llevar, literalmente, por la corriente de su historia.
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Navegamos por el río Silque serpentea entre las provincias de lugo y Orense A un lado, los bosques húmedos y sombríos; al otro, las laderas soleadas donde crecen las viñas que desafían la gravedad. La guía de a bordo, Rosa, nos explica que aquí las pendientes alcanzan el 80 %, y que cada bancal, esas terrazas talladas en granito, es un acto de fe. La llaman viticultura heroicaporque solo héroes podrían cultivar así. Los vendimiadores descienden en barca y suben las uvas por un cable-polea. Una lucha diaria entre el hombre y la pendiente, convertida en arte.
El Sil, espejo de granito y de leyendas
El barco avanza despacio, a cien metros de profundidad, bajo el muro de la presa de santo estevo. Sobre nuestras cabezas planean cormoranes, garzas y alguna que otra águila ratonera. En las orillas, los jabalíes nadadores cruzan el río en busca de las uvas más dulces, mientras el viento acaricia el agua como si la peinara. A cada curva, el paisaje se transforma y parece que el Sil quisiera contarnos otra historia.
‘Los fiordos gallegos’, las aguas tranquilas del Sil reflejan la esencia más pura de la Ribeira Sacra: calma, naturaleza y silencio sagrado / Yan Carlos Toledo
Una de ellas habla de emigrantes. Frente al mirador de Balcones de Madrid, Rosa nos recuerda las despedidas de los gallegos que partían hacia la capital en busca de futuro. Desde ese acantilado, las familias agitaban los pañuelos mientras el eco del río devolvía su melancolía. La anhelo nació aquí, dicen, donde el adiós se confundía con el rumor del agua. Hoy ese mirador rinde homenaje a los que tuvieron que marcharse, afiladores y barquilleros, cuyos ecos aún resuenan en las calles de Madrid.
Miradores al infinito
Más adelante, el mirador de Cabezoá ofrece la postal más famosa de la Ribeira Sacra: la gran curva del Silescoltada por montañas cubiertas de robles y castaños. Al atardecer, el sol se refleja en el granito y convierte el cañón en un espejo de fuego. Entendemos por qué este lugar aspira a ser declarado Patrimonio de la Humanidad: hay algo sagrado en su silencio.
Entre las laderas surgen nombres que evocan esfuerzo y autenticidad. ciudad, donde aún las uvas se vendimian por barca; Finca Lobeira, que produce vinos de autor fuera de la DO; y las bodegas heroicas que sostienen la identidad de la Ribeira Sacra. De hecho, el nombre de la comarca, explica la guía, proviene de una traducción errónea: en el siglo XII, la reina Teresa de Portugal escribió Rovoyra Sacrata, “robledal sagrado”. Con el tiempo se transformó en Ribeira Sacra, y así quedó para siempre: un lugar donde la fe, la piedra y el vino se entrelazan.
Tras la estela de los monjes
Tras desembarcar, seguimos la ruta por tierra firme. Viajes Hemisferiosque organiza diferentes circuitos adaptados a cada viajero, propone completar la experiencia con visitas a los monasterios que dieron alma al territorio. El primero es San Pedro de Rocas, excavado en roca viva, con un campanario suspendido a veinte metros del suelo. Allí, los eremitas tallaron sus cuevas y excavaron tumbas antropomorfas para reflexionar sobre la vida y la muerte. En el exterior, la fuente de San Benito promete curar verrugas a quien sumerja las manos.
Muy cerca, el Parada Santo Estevoantiguo monasterio benedictino, nos envuelve en un silencio solemne entre claustros y bosques centenarios. El pequeño claustro de los obispos es una joya románica que parece sacada de una novela medieval. Desde su cafetería se accede a un sendero que lleva al antiguo horno del monasterio, hoy rodeado de helechos y calma.
Paisajes que se beben
El río y la vid comparten destino. Desde el barco se divisan las terrazas de la DO Ribeira Sacrauna de las más jóvenes y singulares de Galicia. Aquí la uva mencía es la reina, aunque el godello blanco gana cada vez más adeptos. La guía nos recuerda, entre risas, la “regla del vino” de San Benito: Para la flaqueza humana bastará una hemina de vino, unos dos vasos al día. “Pero si hay calor o trabajo, que sea el Santísimo quien decida cuánto”, concluye divertida. Nadie duda de que el santo era un visionario.
Cuando cae la tarde, el crucero de Viajes Hemisferios vira lentamente en el punto en que el paisaje cambia. Los muros de granito se suavizan, aparecen aldeas, bodegas y pequeñas playas fluviales como la de Rabacallos, recuperada para el turismo rural. El aire se llena de aroma a castaños y a vino. Todo invita a dejarse llevar.
Sabores con alma
En la Ribeira Sacra, el viaje continúa en la mesa. En el pequeño pueblo de Luíntra, a pocos minutos del embarcadero, descubrimos dos direcciones imprescindibles. El sacapuntasun clásico de cocina casera, sirve un caldo gallego de los que reconcilian con la vida y una carne ao caldeiro que se deshace en la boca. A su lado, O Campanario luce solete Repsol gracias a una carta mimada y una presentación exquisita. En ambos, la patata gallega y los postres caseros elevan lo sencillo a lo memorable.

Brindis al atardecer en la bodega Alma das Donas, donde el vino y el paisaje se confunden sobre las laderas del Sil / Yan Carlos Toledo
Y si hay un lugar para brindar, ese es Alma das Donas, una bodega colgada sobre la ladera lucense. Lara y Rober, sus propietarios, nos reciben al final del día entre bancales infinitos. Caminamos con ellos entre cepas de mencía y godello hasta llegar al mirador natural de su finca. Allí, mientras el sol se pone sobre el Sil, los tonos rosados del vino se confunden con el cielo. Pocas experiencias resumen tan bien el espíritu de esta tierra.
Castros, miradores y bicas
Nuestro recorrido continúa hacia Castro Caldelasuno de los pueblos más bellos de la Ribeira Sacra. Su castillo domina un entramado de calles empedradas que huelen a leña y pan recién hecho. En una terraza con vistas, probamos la famosa bica mantecada, que acompañamos con un licor de café artesanal. Afuera, el aire frío de la montaña y el sonido de las campanas completan una estampa muy gallega.
De regreso al Sil, nos detenemos en los miradores de mirada máxima y Cabezoá, auténticos balcones al abismo. Desde allí, la Ribeira Sacra se muestra en todo su esplendor: un mosaico de agua, piedra, bosques y viñas que parece suspendido entre la tierra y el cielo.
Dormir en el corazón termal de Galicia
El viaje termina en Ourense, donde el Hotel Carrís ofrece descanso y diseño en el corazón termal de Galicia. Sus muros de piedra rehabilitada conservan el alma gallega, mientras las habitaciones combinan confort contemporáneo y serenidad. Desde aquí, es fácil regresar al embarcadero de Santo Estevo o sumergirse en termas naturales del Paseo Termal del Miño. Un lugar perfecto para cerrar el círculo y dejar que la calma siga fluyendo.
El alma de Galicia interior
Al amanecer, el recuerdo del crucero sigue en la memoria como un eco lento. El Sil vuelve a su cauce y nosotros a la rutina, pero algo ha cambiado. La Ribeira Sacra no se visita: se escucha, se huele y se siente. Frente a los rincones más masificados de Galicia, la Ribeira Sacra permanece como una joya para quien quiera atreverse a descubrirla.
Recorrerla con Viajes Hemisferios, una agencia gallega que conoce cada curva, cada monasterio y cada vino, es la manera más auténtica de descubrir ese corazón oculto de Galicia que late entre el agua y el granito. Un viaje que, como el río, deja huella y regresa siempre.





