Recientemente se cumplieron veinte años desde que Ricky Rubio debutó con el Joventut de Badalona. El base catalán, símbolo de una generación, volvió este verano al lugar donde todo empezó. En una entrevista en ‘El Larguero’, explica como ha sido la vuelta al club 16 años después.
“Últimamente me han recordado mucho esa primera temporada. Son 20 años y pasa rápido. Todo ha cambiado, pero la esencia sigue igual. Incluso hay personas que se mantienen. En Badalona siempre se ha respirado baloncesto en las callesdesde pequeños. Es una ciudad diferente, aquí se siente el deporte de otra manera, aunque el fútbol domine tanto”.
A pesar de que ha arrancado a lo grande, con una media de 13,5 puntos, 3,3 rebotes y 6,8 asistenciasRubio no ha regresado para demostrar nada en las estadísticas. “No he vuelto por los números. Al final es algo que ya no me preocupa. En su momento me obsesioné tanto con ellos que me perjudicaron. Pensar todo el tiempo en cifras terminó pasándome factura. Y ahora tengo claro que el baloncesto es un deporte colectivo y que las sensaciones a veces pesan más que las estadísticas. Esa idea de medir el impacto real de un jugador por sus números me parece algo obsoleto”.
Una decisión meditada
La decisión de volver al baloncesto no fue inmediata. “Cuando terminé en el Barcelona, hablé con el Joventut. Pero en ese momento no estaba preparado, no sentía que las cosas funcionaran dentro de mí”, explica. “En agosto tomé una decisión muy dura: darme un año enteropasara lo que pasara. Es difícil, porque cada día que pasa te acerca más a la retirada. Lo notas, pero luchas contra ello. Me propuse aguantar hasta junio y darme ese tiempo. En abril empezaron a pasarme cuatro o cinco cosas, pequeñas, pero que parecían estar diciéndome algo. Decidí escucharlas. En mayo dejé que esa sensación creciera dentro de mí y, aunque no estaba cien por cien seguro, a finales de mes tomé la decisión”.
Rubio rodeado de jugadores del Covirán Granada / Pepe Torres / EFE
Le preguntaron qué fueron exactamente esas “cinco cosas”: “Son cosas que, aisladas, no tienen mucho sentido. Pero ocurrieron cinco días seguidos. La primera fue una charla con un inversor con el que tengo un negocio. Hablamos de todo, menos del negocio… y de ahí se desencadenaron una serie de coincidencias. Me encontré con una persona del club que hacía tiempo que no veía, y a partir de ahí todo empezó a crecer. Era como si alguien me estuviera enviando una señal. Yo estaba esperando algo así, porque no me atrevía a decir que había llegado el final. Lo hablo mucho con mi psicóloga: en la vida no hay finales de película, no siempre todo acaba bien. Yo sentía que quería, pero no podía seguir jugando, porque tenía mecanismos inculcados durante 18 años. Por eso me lo estoy tomando como una segunda carrera, pero claro, con 35 años”.
La presión del éxito
El paso del tiempo y las experiencias también le han cambiado la mirada sobre su propia trayectoria. Ricky se sincera al recordar aquel Mundial de 2019 en el que fue elegido MVP. “El Mundial lo disfruté mucho, pero la presión que me puse fue inhumana. A veces llegué a sentirme un robot. Me habría gustado disfrutar más de ese momento, dejarme llevar. Después vino lo peor: en 2022, cuando estaba intentando volver de la lesión, lo di todo, pero actuaba como un autómata. Recuerdo perfectamente aquel 12 de enero cuando debuté en Portland, hice nueve puntos en diez minutos. Al día siguiente era el cumpleaños de mi hijo, y todos estaban aquí en España celebrándolo. Terminé el partido, me fui solo a la habitación y me pregunté: ‘¿para qué?’. Me derrumbé. No era cuestión de números”.
Hoy, sin embargo, su relación con el baloncesto ha cambiado radicalmente. “Sin duda este es el momento en que más lo disfruto. Antes iba a los partidos casi con miedo. La presión que llevaba no se la recomiendo a nadie. Cada partido era un examen, no disfrutaba. Ahora tengo otra actitud: me divierto, me siento presente, aunque la tensión sigue. Los números están siendo incluso mejores que en otras temporadas, pero ahora entiendo que no es eso lo importante. Se trata de la actitud y de disfrutar del momento”.

Ricky Rubio durante un partido entre Joventut y Surne Bilbao / Alejandro Garcia / EFE
Badalona o nada
Rubio también tuvo claras las condiciones de su regreso. “Cuando me pasaron todas esas cosas, entendí que si volvía, tenía que ser en Badalona. Era Badalona sí o sí. O salía lo del Joventut o me retiraba. No veía sentido a seguir jugando en otro sitio. Para mí, el deporte no es solo competir, es dejar un legado en el lugar donde me formaron y crecí como persona. Y eso es lo que quiero: dejar algo para los que vienen después”.
Sobre su futuro, habla con la serenidad de quien ha aprendido a no forzar respuestas. “Creo que sí, que después de Badalona se acaba. Pero también he visto que la vida da muchas vueltas. Ahora mismo, la sensación es que no tendría sentido jugar en otro sitio, ni como jugador ni como persona. Aquí está todo lo que siempre he sido, y eso no se puede cambiar”.
Ricky Rubio ha vuelto al baloncesto, pero sobre todo ha vuelto a sí mismo. Ha aprendido a mirar el juego con otros ojos, a entenderlo no como una carrera contrarreloj, sino como un espacio donde todavía hay lugar para disfrutar, entendiendo que la victoria no siempre está en el marcador.








