El escritor e intelectual indio Pankaj mishra (Jhansi, Uttar Pradesh, 1969) creció fascinado con Israelcomo le sucede a buena parte del nacionalismo hindúabrazado por su familia. “Era un Estado fuerte, poderoso, despiadado con sus enemigos e inflexible con los musulmanes”, recuerda en la terraza de un hotel de Barcelona. Pero aquella admiración acabó mutando con el tiempo, a medida que la lectura y el contacto con la experiencia palestina le abría las puertas a una realidad mas compleja. Parte de esa historia personal está en ‘El mundo después de Gaza’ (Galaxia Gutenberg), un ensayo en el que aborda cómo el Holocausto ha moldeado la identidad de Israel y de algunos de sus aliados. Un elemento clave para entender lo que sucede hoy en Gaza y el mundo “sin ley ni decencia” que empieza a emerger de sus ruinas.
Una decena de países occidentales han reconocido esta semana a Palestina. ¿Ve alguna señal de que Occidente acabar con la impunidad de Israel o lograr que detenga la destrucción de Gaza?
El reconocimiento no detendrá el tipo de violencia homicida que los israelíes llevan años desatando. De hecho, podría incluso incitarles a hacer cosas peores. Lo que no quita que sea un paso importante porque, por primera vez, los países europeos están reconociendo que los derechos y demandas de los palestinos necesitan tener un marco legal y formal. Como resultado, también Reino Unido y Francia tendrán que situar su relación con Israel dentro de este nuevo marco y tomar medidas si consideran que se está violando la dignidad de los palestinos. Dicho eso, no creo que vayamos a asistir a un cambio sustancial a corto plazo.
En la última década hemos visto atrocidades en distintas partes del mundo, como Siria, Sudán o Myanmar. ¿Hay algo que haga a Gaza única en este sentido?
Muchas cosas. En primer lugar, es la primera vez que se trata de un genocidio televisado. La gente de todo el mundo, cada vez que abre el teléfono, tiene acceso a imágenes horrendas. Hemos visto a miles de personas siendo asesinadas, incluidos 20.000 niños siendo asesinados. Nada semejante había ocurrido antes. La otra diferencia es que en Sudán, Myanmar, en Xinjiang o en el Congo, ocurra lo que ocurra, no está siendo apoyado, facilitado y armado por los líderes políticos occidentales y sus medios. Allí ocurre de forma más localizada. El tercer punto es que todos esos países, sea Sudán o Myanmar, no juegan un papel importante en la política interna de Francia, Alemania o EEUU. Israel, en cambio, tiene una presencia enorme en Europa y EEUU, donde apoya a los políticos de extrema derecha más radicales.
En su libro aborda el papel que el Holocausto ha tenido a la hora de moldear la identidad israelí. ¿Cómo está siendo utilizado por el Gobierno de Netanyahu?
De la forma más burda posible, diciendo que aquellos que atacaron a Israel el 7 de octubre son esencialmente nazis antisemitas o utilizando la memoria del Holocausto para presentar a los enemigos de Israel como fanáticos ideológicos y dementes que quieren matar judíos. Todo esto lo llevan diciendo desde hace mucho tiempo, pero en los últimos dos años se ha convertido casi en un acto reflejo. A cualquiera que critique a Israel se le llama antisemita. Ni siquiera se detienen un segundo. Lo sueltan sin más. Así que creo que la memoria del Holocausto ha sido deshonrada por el Estado de Israel hasta un punto muy peligroso, en el que está perdiendo la fuerza que debería tener en nuestra imaginación moral. Nunca deberíamos dejar de recordar el Holocausto. Pero Israel quiere que recordemos el Holocausto solo por el bien de Israel, y nosotros tenemos que desvincular ambas cosas.
¿No se han aprendido sus lecciones?
Tenemos que recordar el Holocausto como un acto monstruoso y extraordinario de maldad política que se perpetró debido a ciertos factores que debemos procurar evitar, ya sea el conformismo intelectual, el miedo a perder la carrera o el estatus, todas esas cosas que ayudaron a que se produjera el Holocausto. Estos factores están muy bien identificados. Los prejuicios, la deshumanización de minorías, cuando empiezan a darse, debemos ponernos en en guardia. Nada de eso tenía que ver con proteger al Estado de Israel. Tenía que ver con proteger a las minorías y a los pueblos más débiles en todo el mundo. Esa es la lección principal del Holocausto.
También se está utilizando para cancelar, censurar o intimidar al que no concuerda con las políticas israelíes.
Absolutamente. Desde hace mucho tiempo ha sido un arma para intimidar a los críticos de Israel, para presentarlos como gente que odia a los judíos. Creo que eso es realmente lo que buscan. Una vez que presentas a los críticos de Israel como locos antisemitas, entonces has obtenido una ventaja moral para deslegitimar la crítica a Israel. Pero creo que la mayoría de la gente en el mundo ya no es tan vulnerable a ese tipo de chantaje moral.
¿Y cómo es posible que un país levantado sobre las cenizas del Holocausto esté repitiendo con los palestinos algunos de los horrores que se cometieron contra los judíos?
Solemos considerar estas cosas de una manera muy estática, como si la generación que vivía a finales de la década de 1940 o principios de la de 1950 fuera la misma de ahora. Aquella era una generación distinta, de personas que habían huido de Europa escapado de la persecución. La generación de Netanyahu creció en un entorno completamente distinto. En una sociedad fuerte, militarizada y en un estado de guerra continua. Así que tienen una mentalidad muy diferente. Siempre que el etnonacionalismo se convierte en un ideal, las probabilidades de que degenere en un Estado-nación asesino son extremadamente altas. Y no solo sucede en Israel. Lo mismo ocurre con el nacionalismo budista o el nacionalismo hindú. El sionismo es un problema particular porque apuesta por el colonialismo en plena descolonización. Y debido a esas circunstancias —intelectuales como Hannah Arendt ya lo señalaba desde el principio— las probabilidades de que se convirtiera en un Estado agresivo, racista y de apartheid eran siempre muy altas. Y eso es lo que ha ocurrido.
Muchos israelíes refutan la idea de que Israel sea un Estado colonial afirmando que los judíos ya vivieron allí hace 2.000 años.
Lo que ocurrió hace 2.000 años es completamente irrelevante en este momento. Para analizar un país, hay que fijarse en su comportamiento presente. ¿Cuál es la evidencia de que Israel es un Estado colonial? La evidencia es la expansión continua del Estado moderno de Israel. ¿Hay algún país cuyas fronteras aún estén indefinidas? Cuando piensas en ese tipo de países, piensas en lugares como Rusia, que son agresivos y expansionistas. Israel es un país que está expandiendo permanentemente sus fronteras, que levanta continuamente asentamientos en Cisjordania, que roba territorio en Siria o Líbano. ¿Cómo se puede negar que Israel es un Estado agresivo, expansionista y colonialista? Si lo niegas, simplemente te niegas a ver la realidad.
Hemos visto una respuesta muy diferente en Occidente hacia Rusia y hacia Israel. ¿Qué hay detrás de este doble rasero?
Creo que hay varias razones. Rusia nunca fue parte de la comunidad occidental, mientras que a partir de 1945 Israel fue incorporado a Occidente. Se convirtió en un puesto de avanzada de los intereses occidentales, primero militares y después económicos. Rusia nunca tuvo ese estatus. Siempre fue el enemigo, un país bajo sospecha, considerado colonialista o imperialista. La imagen de Israel es la de una democracia. Así que en Occidente, y en particular los líderes políticos, están educados para ver a Israel como un aliado. Les ha costado mucho tiempo en este caso darse cuenta de que Israel es en realidad hoy un Estado genocida, en algunos aspectos mucho peor que Rusia.
¿Y juega algún papel la historia del colonialismo en la percepción occidental de ambos conflictos?
La gente en Occidente ha tratado de suprimir la historia del colonialismo occidental. Les resulta difícil ver que, para el resto del mundo, Israel es un Estado colonialista, el sucesor de los Estados coloniales europeos en Oriente Medio, apuntalado por el Reino Unido y Estados Unidos. No sucede lo mismo en India, Indonesia, Brasil o Sudáfrica. A los europeos les cuesta más porque no han confrontado su historia colonial en Asia y África. Y eso es un gran problema para ellos.
En el libro también argumenta que la desnazificación en Alemania fue un fracaso. Si es así, ¿cómo es posible que Alemania se convirtiera en uno de los principales abanderados de Israel?
Alemania apenas apartó a los nazis de las posiciones de poder. Desde la política al poder judicial, pero aún así fue rápidamente reincorporada a la comunidad occidental. ¿Por qué? Porque era un Estado en primera línea contra el comunismo soviético. Así que todo le fue perdonado. Los nazis fueron tolerados en todos los niveles de la sociedad alemana y sus científicos se incorporaron a varios programas estadounidenses. Lo que intento decir es que debemos dejar de pensar en las identidades fijas. Desde el poder se nos dijo que Alemania formaba parte ahora del mundo libre y políticos y periodistas lo repitieron hasta la extenuación. Fueron gentes como Primo Levi o Jean Améry los que, tras sobrevivir al Holocausto, presencian esto y dicen: me repugna la manera en que las potencias occidentales han vuelto a abrazar a Alemania.
¿Y el apoyo sin matices a Israel?
El apoyo alemán a Israel surge de una fuerte inversión, una inversión muy inquietante, en un nacionalismo por delegación. Si no podemos practicar el tipo de nacionalismo que solíamos practicar, nuestro amigo y aliado lo hace por nosotros. Muchos alemanes muy influyentes —y cito a algunos de ellos en mi libro— tienen ese tipo de identificación emocional con Israel. Así, Moshe Dayan se convierte en Erwin Rommel. Es realmente aterrador cómo son capaces de proyectar sus propias fantasías de poder y dominación en estas figuras israelíes.
Acabemos con el título de su libro: El mundo después de Gaza. ¿Cómo es ese mundo?
Es un mundo sin ley. Al escribir el libro me quedó muy claro que Israel había hecho, en cierto modo, una gran apuesta. Sus líderes anticiparon que el sistema de normas y leyes internacionales iba a ser destruido. Esto era cuando Biden aún estaba en el poder. Pero ellos previeron que Trump ganaría las elecciones y anunciaría un mundo en el que ninguna de estas instituciones internacionales creadas después de 1945 tendría sentido o autoridad. Y eso es lo que está sucediendo. ¿Qué nos queda? Un mundo sin normas, sin decencia, sin ningún tipo de reglas o protocolos. Por eso digo que lo que ocurre en Palestina no es algo que pueda quedar confinado a Palestina. Nos afecta a todos, en todas partes del mundo.
Occidente empieza a hablar del Sur Global casi como si fuera una entidad política. ¿Cómo se siente el ciudadano medio del Sur Global en el orden internacional vigente?
Creo que hay una convicción muy amplia de que Occidente ha perdido su credibilidad, su legitimidad y su autoridad. Y que el mundo no occidental necesita desesperadamente crear instituciones e ideas que ayuden a conformar un nuevo orden internacional. Es un cambio extraordinario. Este es también el mundo después de Gaza, donde existe un deseo en todo el Sur Global, en la inmensa mayoría de la población humana, de un conjunto diferente de instituciones y formas de organización, porque Estados Unidos está destruyendo el sistema internacional. Lo vemos en los aranceles, las sanciones contra la Corte Penal Internacional… todo el sistema de posguerra está siendo desmantelado sistemáticamente. Pero todavía no sabemos qué lo reemplazará. Ese es el mayor desafío de nuestro tiempo.
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