Poco a poco la vida se regenera en el Valle de Aridane. Cuatro años después de la erupción del Tajogaite, el gigante continúa metiendo miedo. Nadie olvida y, por si acaso algún vecino cae en la tentación de pasar página, basta con levantar la mirada para ver imponente la silueta del volcán. Arriba todo está dominado por el silencio y la soledad, abajo, cuando se fractura el reposo, se escuchan los ladridos de los perros, el canto de los gallos o el cansino traqueteo de las picadoras que intentan doblegar a las coladas. Sí. Un descomunal manto negro recuerda que el valle ya no es verde.
Enterrados a muchos metros de profundidad quedan casas, fincas, postales familiares y un sinfín de esfuerzos irrecuperables. “Mi abuelo, mi padre y yo nacimos allí”, apunta con su índice derecho Toño sobre un punto indeterminado de La Laguna en el que queda la nada. La misma nostalgia que Carmen Laforet retrató magistralmente en esta idea: “La vida volvía a ser solitaria para mí. Como era algo que parecía no tener remedio, lo tomé con resignación”. Recuperar los latidos en la zona cero de la catástrofe desencadenada la tarde del 19 de septiembre de 2021 es posible, pero las cosas van despacio.
Sergio Rodríguez / Andrés Gutiérrez
Entre el olvido y el abandono
La sensación de olvido está presente en todas las conversaciones que abrimos y cerramos de manera apresurada para extirpar las emociones del presente. Lo mismo da que hables con el presidente del Cabildo, Sergio Rodríguez, que con un ser desconocido que atiende a los clientes en la caja registradora de un supermercado. “Poquito a poco, la cosa va poquito a poco”. Mentiría si les contara que todo sigue igual. No, no sigue igual todo. A los pies del Tajogaite el ajetreo es incesante. La zona se sigue pareciendo mucho a un escenario bélico después de la firma de la pazpero las máquinas conviven con un paisaje en el que, poco a poco, la esperanza ha decidido regresar para quedarse. El tiempo que falta para alcanzar esa normalidad es un misterio. Ni ellos se atreven a marcar una fecha (con el corazón en la mano, sí que recortan los plazos para que el vecindario no pierda el ánimo), pero la batalla se está empezando a ganar: la recuperación está más cerca cuatro años después del cataclismo.
Por encima del Refugio de El Pilar, en El Paso, está una de las puertas de entrada al cráter. Paco y Paca, dos cuervos de un tamaño considerable, descansan sobre el tejado de la caseta de madera en la que un agente de Medio Ambiente controla el paso a la zona de protección del Mirador del Llano del Jable. Y es que la curiosidad por ver de cerca al volcán no ha menguado 48 meses después. Hasta media docena de empresas se han especializado en mostrar a diario los alrededores del Tajogaite a cambio de 40, 45 o 50 euros y en seis o siete grupos de 15 personas. Un dinero limpio de polvo y paja que no repercute en las arcas insulares. La regulación va a llegar más pronto que tarde. Sobre todo, porque el personal que patrulla la zona lo pone el Cabildo. Los que tienen libre acceso, incluso por las áreas que están fuera de los caminos delimitados, son los científicos que un día sí al otro también trabajan en la recogida de datos de un laboratorio natural que les está proporcionando un caudal de información inagotable.

Visita al cono volcánico del Tajogaite / Andrés Gutiérrez
Contradicciones
El Tajogaite les “habla” constantemente, les envía mensajes tan contradictorios como este: ¿cómo es posible que la nube ácida que se genera en la zona queme los pinos más próximos a las aberturas que expulsaron la lava (200 millones de metros en 85 días) y, en cambio, permita que unas higueras que están aún más cerca proporcione higos del tamaño de una pelota de ping-pong?
Las pocas huellas que hay sobre la ceniza, no las que están dentro del sendero marcado para los visitantes, nos chivan que algún turista pasado de vueltas se salió del recorrido para hacerse un selfi lo más cerca posible del cono o el camino realizado por los investigadores que recogen datos en los bordes de la estructura geológica que ubicada a 1.120 metros sobre el nivel del mar. Eso sí, esas pisadas suelen desaparecen sobre la marcha por la implacable acción de los borradores de huellas, trabajadores cuya misión es mantener intacto un paisaje declarado de interés geomorfológico a partir de la publicación de dicha orden en el Boletín Oficial de Canarias (BOC), en diciembre de 2023. Esta medida de protección también afecta a las dos fajanas que se crearon en Tazacorte. El mayor peligro, de largo, son los furtivos que intentan llegar lo más lejos posible, pero eso es como intentar ponerle vallas al campo.

Visita al cono volcánico del Tajogaite / Andrés Gutiérrez
De gases y fantasmas
Abajo, a pie de playa, la gente ha vuelto a Puerto Naos y a La Bombilla a cuentagotaspero los medidores de gases, los sótanos precintados y los callejones cortados siguen estando en el callejero de un núcleo que en ocasiones tiene una apariencia fantasmal. “Poco a poco”, (otra vez, la cantinela del poco a poco), “la gente está volviendo a la zona”, comenta el dueño de un restaurante ubicado cerca de un negocio chapado: Barra caótica.
Cerca del acantilado que sobresale por encima de la Playa de Los Guirres, plataforma desde la que cayeron los primeros ríos de lava el 28 de septiembre para dar forma a la fajana, el contraste es caprichoso. Nadie es capaz de explicar por qué razón unos invernaderos fueron devorados por el magma y otros se mantuvieron estoicamente en pie; todos se extrañan al contemplar el verde de las plataneras que siguen produciendo y el negro azabache que es lo más parecido a una gran mancha de carbón. Eso sí, en el horizonte se divisan los nuevos bancales y empalizadas en las que se va a cultivar el “oro amarillo” del Valle de Aridane. “Fue un palo tremendo, pero tenemos que seguir”, expone Tomás sobre uno de los motores económicos de la zona. “No nos olvidamos de él, le dio de comer a mi familia durante más de 50 años y lo volverá a hacer”.
El dolor de una desgracia
El drama provocado por la erupción se convierte en dolor de carne y hueso a medida que nos acercamos al epicentro de la desgracia: el desaparecido barrio de Todoque y el malherido de La Laguna. La maestra Mónica Viña, directora del CEIP La Laguna, espera no jubilarse sin ver la reconstrucción de unas ruinas que aguardan una licitación. De allí también es Marcelino Rodríguez, presidente de la asociación de vecinos, al que le faltan las palabras para definir el sentir de los suyos y decide tirar por la calle del medio con un mensaje demoledor.
“Yo no sé dónde voy a ir cuando me muera, pero en esta vida ya he conocido el infierno”, abrevia con sus ojos humedecidos por la emoción de no saber si las campanas de la plaza volverán a replicar de alegría. Otro de los rostros de la reconstrucción es César. Su historia tiene un punto de heroicidad fuera de lo común. En unas horas perdió sus fábricas a los pies del Tajogaite, pero al cuarto día del inicio de la erupción ya estaba moldeando quesos en una nave cedida por el Cabildo. Michaela regresó a su Alemania natal tras perder la casa en la que residía alquilada, pero decidió retornar a La Palma, la Isla en la que Isidro lleva 28 años trabajando como Agente de Medioambiente. Los cinco tienen algo que contar, todos están dispuestos a doblegar al volcán en un territorio en el que la vida vuelve a latir.