A los 39 años, a Alberto Estrada le diagnosticaron párkinson. Un golpe duro, inesperado y difícil de asumir. Sin embargo, lejos de darse por vencido, decidió que la enfermedad no marcaría sus límites. El correr se convirtió en su mejor terapia: una forma de seguir activo, motivado y, sobre todo, de demostrarse a sí mismo que podía superarse.

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