Almería, como ya sucedió hace siete meses, apunta a acoger el epitafio de un entrenador del Real Zaragoza. Entonces fue Ramírez el que puso fin en tierras andaluzas a su efímera etapa en el banquillo aragonés tras un sonrojante encuentro en el que los aragoneses salieron goleados (4-1). Esta vez, la guillotina se cierne sobre el pescuezo de Gabi, que estaría, salvo improbable sorpresa, apurando sus últimas horas como entrenador de un Zaragoza que ya es colista a tres puntos de la salvación y con una raquítica, vergonzosa y bochornosa cosecha de seis puntos sobre 27 posibles. Ruina.
También encajó cuatro goles el Zaragoza de Gabi en Almería, en otro sádico guiño del destino. En realidad, si no lloviera sobre mojado, incluso la goleada podría tener cierto pase ante la rasmia, el amor propio y la capacidad de reacción de un conjunto aragonés que no se dio por vencido y que se metió dos veces en el partido cuando todo parecía decidido. Pero este Zaragoza, desesperado y desesperante, necesita con urgencia un entrenador que aporte desde el banquillo, con iniciativa y decidido. Un valienteno alguien que conciba todo en función del oponente. Y este equipo, señores, aún no sabe a estas alturas a qué juega, si viene o va y tiene tan poco claro su estilo como su destino. Y el resultado de todo ello es una insoportable indefinición de un equipo sin identidad. Y, lo que es peor, un perdedor.
La baja de última hora de Saidu, al que un virus dejó fuera de combate, agudizó el problema en la medular de un Zaragoza que perdía de golpe a sus dos jugadores africanos (Paul cumplió partido de sanción tras su expulsión ante el Córdoba) y bien que lo acusó un conjunto aragonés en el que Keidi Bare y Toni Moya naufragaron en una sala de máquinas en la que el tercer hombre, Guti, tampoco dio una a derechas.
Esa desnudez en la parcela ancha marcó a un Zaragoza que, sobre el 4-1-4-1 habitual en las últimas citas, se empeñaba en nadar y guardar la ropa ante un rival que impuso su superioridad física en el centro del campo para acumular llegadas a las inmediaciones de Andrada. Nico rondó el tanto tras una de las numerosas pérdidas en la medular de los visitantes. Guti fue el primero en liarla, pero no tardaría en hacerlo Keidi Bare, al que Arribas acosó hasta robarle un esférico que desvió Andrada a saque de esquina. Entre ambos embrollos, Nico, el propio Arribas y Baptistao habían probado a un Andrada más seguro bajo palos que por arriba.
Escasas noticias deparó el Zaragoza más allá de la línea divisoria. Con Dani Gómez a años luz del resto de sus compañeros, solo Sebas Moyano tomó cierto protagonismo con un balón que estuvo a punto de mandar a la red rebasada la media hora a través de un disparo ajustado que se marchó por poco a la derecha de Andrés. Los aragoneses, que poco antes habían sufrido otro susto por obra y gracia de un Nico Melamed que mantenía a Cuenca bien cerca de Francho y bien lejos de todo lo demás, resistían el asedio local gracias a la mala puntería de los atacantes del Almería.
El descanso alumbró un partido nuevo marcado por el tempranero gol de Chirino a los tres minutos. El lateral se plantó como pedro por su casa en el área rival para ajusticiar por su palo a un Andrada que no imaginaba la que se le venía encima. El Zaragoza, como siempre, encajó el golpe como el que pierde una pierna, se vino abajo y perdió la cabeza y algo más. Un par de minutos después, en pleno desbarajuste aragonés, Embarba, que este sábado fue Garrinchaaprovechó el enésimo error indecente de Keidi para superar a Insua en la carrera y batir a Andrada para desangrar al Zaragoza y dejar a Gabi pendiente de la llegada del verdugo.
Pero, después de que Arribas perdonara la sentencia, el Zaragoza revivió. Lo hizo de la mano de Pinilla, un crío de 19 años con más calidad y valentía que la mayoría que, nada más saltar al campo, retar al verdugo. Su tiro fue repelido por Andrés, cuyo rechace mandó a la red Kodro, relevo de Dani Gómez al descanso, que ya había tenido una clara ocasión antes para recortar distancias, casi tan buena como una de Tachi, que, inexplicablemente, cabeceó alto un centro medido de Cuenca.
El partido y el Zaragoza estaban vivos. Embarba, que había podido sentenciar, mandó una contra al larguero tras un disparo desviado de Pau Sans y Andrada mantenía con vida a los aragoneses hasta que Arnau, tras un gran pase de Arribas, parecía acabar con el Zaragoza y con Gabi. Pero Soberón, tras asistencia de Francho, mantuvo la esperanza hasta que Lopy, en gran jugada personal, hacía sonar las campanas.