En el último mes, me ha venido a la cabeza -demasiadas veces, quizá, porque al despertar siempre acaba doliendo- el Valencia CF campeón de principios de siglo. Será el haber escuchado en ‘La Banda’, programa que el amigo Dani Meroño ha empezado con éxito, a dos animales competitivos del mejor equipo con el escudo del murciélago que han visto nuestros ojos. El ‘Dragón’ Cañizares y la ‘Pantera’ Palop. Dos tipos que en lo personal no se parecen en nada, pero que en lo profesional los movió el mismo motor: la pasión por lo que hacían, el fútbol, y por lo que representaban, un sentimiento y un pueblo.
Palop y Cañizares destilaban (y destilan) amor en estado puro por el Valencia CF. A nadie escapa que los chicos del Doblete atesoraban en botas y guantes una calidad inimaginable para la mayoría de los jugadores que en la época actual desfilan por Mestalla. Aunque, no todos (seamos sinceros). El toque de distinción de aquel Valencia estaba en el corazón de todos. En el corazón de Ayala, en el del Albelda, pero también, en los corazones que latían en los despachosel del secretario técnico, Javier Subirats, y el del presidente, Jaume Ortí.
Todos bombeaban por todos y hacia todos. Mestalla era el epicentro sanguíneo. El Valencia era un sistema circulatorio vivo y exigente de cada vez mejor vida. A diferencia de lo que hoy es, un cuerpo descorazonado, entregado a la voluntad del amo hasta que decida la venta. Mientras tanto, la estrategia que los Lim encomiendan a los cargos sobre el terreno sigue consistiendo en una huida hacia delanteen las promesas del dorado de Ron Gourlay: fichajes en las cuatro próximas ventanas y un equipo digno de la Champions y la Europa League para el Nou Mestalla, véase 2027.
Cierto es que esta imagen postiza generada durante años por los Murthy, Layhoon Chan, Javier Solís y Miguel Corona, una banda de ‘mandaos’ de Peter y Kiat -los hay incluso con la doble de desvergüenza de haber trabajado para padre e hijo sin dimitir de esta degradación continua del Valencia-, termina expandiéndose y afectando al compromiso del vestuario. Los aficionados hacen lo correcto exigiendo a un grupo al que pocos más, aparte del entrenador, aprietan las tuercas. Eso sí, al menos, con la misma mesura y educación que la Curva Nord está teniendo con los dirigentes, pues si no fuese por estos futbolistas el club de Lim habría descendido ya a Segunda división.
Discursos enlatados
Meritonia cansa. Hastían sus discursos enlatados y la connivencia de una parte considerable de entorno y prensa con los ejecutores del plan destructor de Peter sobre el terreno. La estrategia de este periodismo de favores nunca debe ser la crítica con los amigos que tienen o tuvieron en el club, o con los amigos del poder. A la vez, disfrazan de provocación el simple hecho de contar una práctica tan dañina para la profesión como el engaño de ofrecer propaganda envasada como información.
Los discursos enlatados de Meriton también causan fatiga exageradaaunque por lo menos al escocés Gourlay hay que reconocerle la valentía de dar la cara durante casi dos horas, seguramente, más tiempo que el que sumarán delante de los micrófonos los que se cobijan detrás del CEO. ¿Qué nos queda? Corazón. Voz y palabra. Mantener una visión crítica y valencianista al mismo tiempo. Solamente escribir lo que pasa es protestar y denunciar una realidad indigna para el Valencia. Exigir y apoyar a los únicos que pueden hacer algo por el escudo, el entrenador y los jugadores. Reclamar un club de vuelta en Mestalla. Porque las estrategias no corresponden ni a los aficionados, ni a los periodistas.
Vía: súper deporte