La ciencia argentina atraviesa una situación crítica que amenaza con vaciar laboratorios y universidades. No se trata ya de la tradicional “fuga de cerebros” hacia Estados Unidos o Europa, sino de un fenómeno más cercano: investigadores con alta calificación emigran a países vecinos como Brasil y Chile, donde los salarios triplican a los nacionales, existen becas de investigación bien financiadas y programas estatales que valoran su formación.

La pérdida de este capital humano -construido a lo largo de años de inversión pública- preocupa profundamente al sistema científico argentino.

Las causas de esta emigración son múltiples, pero todas confluyen en la falta de financiamiento. Salarios que no alcanzan, recortes de becas, proyectos sin presupuesto y convocatorias cada vez más reducidas empujan a jóvenes y profesionales de trayectoria a buscar alternativas fuera del país.

A esto se suma la imposibilidad de proyectar una carrera científica estable, y el deterioro de las condiciones de trabajo.

El resultado es un escenario desolador: gente con posdoctorados en biomedicina, geología, biotecnología o inteligencia artificial, que debieran estar liderando la innovación local, buscan oportunidades en otras latitudes.

El programa de cooperación para posgrados en Brasil ofrece más de 14 mil vacantes para extranjeros y garantiza no sólo manutención, sino también financiamiento completo para proyectos.

Allí se radican profesionales que migran al comprobar que su salario en Argentina resultaba inviable. O cuando, tras años de formación, no encuentran presupuesto para sus investigaciones.

Chile, por su parte, ofrece subsidios de hasta 30 mil dólares anuales, altos salarios y centros de investigación especializados.

Y aunque eso implica alejarse de la familia y del país, se elige para no resignar la vocación.

Cada persona de la comunidad científica que emigra representa no sólo una pérdida individual, sino también la fuga de recursos invertidos por el Estado.

Formar un doctorado en Argentina demanda alrededor de 100 mil dólares, una inversión que hoy se aprovecha en países vecinos. Mientras tanto, aquí se profundizan los recortes, los salarios pierden poder adquisitivo y becarios denuncian situaciones que los dejan por debajo de la línea de pobreza.

Sostener la ciencia y a quienes la practican no es un lujo: es una necesidad estratégica. Un país que abandona esta tarea condena su futuro. Sin desarrollo científico no hay innovación tecnológica ni industria competitiva, ni soluciones propias para los desafíos ambientales, sanitarios y productivos. Brasil y Chile lo comprendieron: invierten en ciencia porque saben que el conocimiento es la clave para crecer.

Argentina, en cambio, parece dispuesta a resignar ese futuro.

El gobierno nacional debe escuchar el reclamo del sector científico y otorgarle la importancia que merece. No se trata sólo de salarios, sino de un modelo de país.

Quienes hacen ciencia no piden privilegios: reclaman condiciones dignas para trabajar, investigar y formar nuevas generaciones.

Si no se revierte esta tendencia, la fuga continuará y el daño será irreversible.

El Estado argentino debe actuar con urgencia para frenar la emigración de talentos y garantizar que el conocimiento, motor del desarrollo, se produzca y engrandezca nuestra tierra.

Fuente