El domingo 24 de agosto LA GACETA Literaria publicó un hermoso homenaje a Jorge Luis Borges por los 126 años de su nacimiento, y yo me deleité al leerlo. Es que agosto suele traernos su nombre, como si nuestra memoria dijera: “Volvemos a nuestro Jorge Luis Borges, a nuestro faro literario”. Se lo ha querido presentar, muchas veces, como un hombre demasiado europeo, inclinado a las bibliotecas infinitas, a la cábala, a la mitología griega o a las historias germánicas. Pero Borges fue, ante todo, un gran argentino. Y lo vemos en aquel joven que, a sus 23 años, escribió ese fantástico libro de poemas que fue “Fervor de Buenos Aires”, y que, a mi entender y gusto personal, es uno de los mejores en lo que a poesía se refiere. Es sabido que, a lo largo de su vida, retocó, corrigió, eliminó y reescribió varios de los poemas de ese libro. Él mismo dijo alguna vez: “Me atrevo a pensar que en esas correcciones está mi obra, que ese libro ha sido mi destino”. Fue un reescritor de sí mismo. En “Fervor de Buenos Aires” asoman el truco, las esquinas de arrabal, los patios con aljibe y el compadrito. Allí lo vemos en su Palermo “viejo”, en esa manera de convertir lo cotidiano y humilde en eternidad. Ese Borges de barrio y ese Borges de enciclopedia no se contradicen, sino que se complementan: lo local se vuelve universal, y lo universal encuentra raíces en nuestras calles. Recordarlo hoy es celebrar esa doble luz que nos legó, y de la cual nos enorgullecemos: la del argentino que nunca dejó de mirar a su patria, y la del escritor universal que cruzó barreras, países, idiomas y océanos -aun estando ciego- para ser leído en todos los rincones de la tierra. Había nacido un 24 de agosto de 1899 y llegó a ser considerado una de las grandes figuras de la literatura en lengua española del siglo XX.

Tautan Sumber