Niños pegados a las pantallas, una realidad que abre muchos interrogantes
La decisión de Australia de prohibir el uso de redes sociales a menores de 16 años volvió a poner en agenda un debate que atraviesa a familias, escuelas y especialistas en salud mental en Argentina y en todo el mundo: qué lugar deben ocupar los celulares y las plataformas digitales en la infancia. En un contexto en el que cada vez más niños acceden a pantallas desde edades tempranas, la medida generó tanto apoyos como críticas y reabrió el interrogante sobre si la prohibición es la herramienta adecuada para protegerlos o si, por el contrario, puede traer efectos contraproducentes.
En Argentina, donde no existe una regulación similar y el uso de celulares entre niños y adolescentes crece de manera sostenida, la discusión se traslada al ámbito doméstico y educativo. ¿Alcanza con imponer límites desde el Estado o la clave está en la crianza, el acompañamiento y la educación digital?
“Estas medidas pueden funcionar, pero a veces también traen consecuencias. Todo lo que es del orden de lo prohibido se vuelve una tentación”, advirtió el psicólogo Mel Gregorini. En ese sentido, explicó que los chicos pueden buscar otras formas de conectarse, a través de otros dispositivos o plataformas. “La prohibición puede tener un efecto a corto plazo, pero habría que ir acostumbrándose a una reeducación en el uso de las tecnologías”, señaló.
La preocupación de padres y especialistas sobre el acceso de los chicos a las pantallas no es infundada. El uso irrestricto implica múltiples riesgos y puede generar una dependencia similar a una adicción. “Los chicos no pueden controlar solos el uso. Estos dispositivos liberan dopamina y generan una necesidad muy grande de estar permanentemente con el celular en la mano, jugando o entreteniéndose”, indicó Gregorini, quien agregó: “Se desarrollan conductas pseudo adictivas”.
Hay que fortalecer los vínculos: juegos de mesa, lectura, música, actividades deportivas.
Además, el impacto alcanza al desarrollo neurológico y emocional. “Influye en la construcción de los lóbulos prefrontales y frontales, que están vinculados al control, la autorregulación, la gestión de las emociones y la forma de vincularse con otros”, explicó el especialista.
Por ese motivo, muchos profesionales recomiendan postergar el acceso a dispositivos propios al menos hasta la preadolescencia. “Se puede empezar a hablar de un uso adecuado una vez finalizada la niñez, entre los 12 y los 13 años. Es una etapa de descubrimiento en la que también hay que trabajar las limitaciones y las consecuencias del uso excesivo o indebido”, sostuvo.
Las familias y los límites, claves para afrontar el problema
“En casa nos pusimos como edad base los 12 años para comprarle un celular, pero vamos contra la corriente en su curso, de 27 compañeritos, solo ella y otro más no tienen teléfono propio”, contó a este diario Stella, madre de una niña de 11 años.
La prohibición de pantallas tiene que complementarse con presencia y acompañamiento
Si bien junto a su marido están convencidos de esperar hasta el cumpleaños de su hija, reconoció que la presión del entorno y el miedo a quedar afuera o sentirse discriminada pesan fuerte. Esta situación se repite en muchos hogares que intentan sostener otro tipo de crianza. Como respuesta, en Mendoza más de 200 familias de un colegio impulsaron un “pacto parental”, mediante el que se comprometieron a entregar el primer celular a los 13 años y a postergar el acceso a redes sociales hasta los 16.
“El rol de la familia es fundamental: educar, contener y acompañar el acceso a la tecnología”, remarcó Gregorini. Para el especialista, el límite no debe venir solo. “La prohibición de pantallas tiene que complementarse con presencia y acompañamiento”.
“Sé que es difícil poner estos límites. Hoy los padres estamos muy ocupados y muchas veces el celular aparece como la salida más fácil para que se entretengan un rato”, reconoció Stella. “Yo intento que eso no me supere: acompañarla, estar con ella, escucharla mientras practica violín o canto, estar presente”, explicó.
“Poner límites es complejo, pero cuando no se hace después aparecen las consecuencias como son la falta de atención, los problemas de concentración y las dificultades en la escolarización”, advirtió Gregorini. Y concluyó: “Hay que avanzar hacia una educación tecnológica lo más plena posible para evitar frustraciones y los estallidos de ira que hoy se ven en muchos chicos, que muchas veces se regulan justamente a partir de la puesta de límites”.
Como alternativa al uso excesivo de pantallas, el psicólogo recomendó volver a los juegos, el arte y el deporte. “Hay que fortalecer los vínculos: juegos de mesa, lectura, música, actividades deportivas. La familia es la que habilita la pantalla, pero también la que pone el límite y ofrece otras opciones”, cerró.








